20 de febrero de 2011

Iglesia de pueblo

La iglesia del pueblo estaba llena, había gente parada y todos los habitantes se habían congregado para escuchar las palabras del sacerdote. No parecía importar el verano, el calor era sofocante. Las mujeres se abanicaban, los hombres con los primeros botones de la camisa desabrochada y la corbata desajustada; pero manetían la mirada al frente, espectantes.

Luego de la acostumbrado comienzo, llego el momento del sermón. La gente suspiró, el silencio se hizo más profundo. El padre se paró frente al altar, calmado.

“Hoy el señor se regosija de ver a todos sus hijos en su casa. Me siento regosijado de su presencia. Es agradable tener su presencia. Debo decir, no me extraña; luego de los sucesos. Es comprensible su necesidad de guia y consejo. Nos encontramos todos conmobidos, nuestas almas adoloridas y nuestros pesares serán aliviados. El señor, los alibiará.”.

Mientras escuchaba las palabras, el padre no podía no ver el rostro de la niña; de Mercedes. Esa joven de rostro dulce, mirada de fuego y piel suave. Todos la miraban cuando caminaba por las calles del pueblo. Los hombres la deseaban y las muejeres la envidiaban. Era difícil permanecer neutral ante su presencia, ante esa fuerza. El demonio vivía bajo esa piel, la lujuria se retorcía con solo mirarla. Era una herramienta para pecar. Todos en el pueblo conocían sus amantes; y todos los amantes callaban. Todos conocían su vía de perdida, pero todos permanecían en silencio. Crecían los corazones en envidia.

“Hermanas y hermanos no podemos olvidar cual es nuestro lugar; bajo el señor. Debemos aceptar los hechos. Personalmente, lamento sobre manera este hecho. Esa niña era un ser muy especial, una criatura dulce y pura; pero una oveja perdida del rebaño. Es lamentable su muerte y las condicienos de esta. No es necesario entrar en detalle, debemos sentirnos adoloridos. Una vida tan joven, arrancada de nuestras manos; de un modo tan violento.”.

Peleaba el padre, peleaba para contener las imágenes. Esa cintura, ese bamboleo; esos pechos turgentes. El calor bajo su piel; pero debía ayudar a la pecadora. Un buen día, después de mucho rezar logró contener sus instintos. Se dijo que se presentaría en su casa, para hablar sobre el señor. Ella podría ser una buena mujer, olvidar que es hija de madre soltera; engendrada del pecado y el Señor la guiaría por el bien.

“En reiteradas oportunidades busqué ayudarla. La muerte de su madre le arrancó la única persona que podía ayudarla, la dejó sola en el mundo. Sacarla de su oscuridad, guiarla a la luz. Lo intenté y no perdí la fe en que las palabras del señor la guiarían por el buen camino. En varias oportunidades ella se presentó ante mi para buscar ayuda; la ayude. Debemos pensar, hacer una reflección y preguntarnos: “¿Hice todo lo que el señor esperaba por esa muchacha?”. Yo tengo mi conciencia limpia, hice por ella todo lo que estaba a mi alcance.”.

Ella lo dejó pasar, era muy de noche; la había despertado. Su cuerpo, podía ver la dulce figura bajo el camisón. La sangre hervía, el padre se aferraba al rosario; permanecía callado frente a ella y buscaba las palabras indicadas; las palabras del Señor.

“Todos los días temía por recibir una noticia como la de ayer. Temía por ella y por su futuro; por su vida perdida. Pero para que nuestro Dios nos ayude es necesario que nos ayudemos. Ella no podía ayudarse, no podía encontrar la sabiduria de Dios y por eso sus pecados la consumía.”.

Podía ver su cuerpo. Podía verse atacarla, lanzarse sobre ella como un animal. Podía verse.

“Debemos rezar por su alma. Debemos rezar por justicia. Debemos pedir para que el señor interceda por su alma.”.

Solo una imagen estática, el cuerpo frío y bello continuaba susurrando pecados. La sangre cubría su rostro, cubría su cuerpo y el padre se regosijaba.

“Debemos pensar y refleccionar sobre ello. Debemos buscar en nuestros corazones luz y no perder las esperanzas. Debemos mantenernos firme y buscar al Señor. Él nos guiará. “.

La misa terminó, el pueblo volvió a su vida habitual; al silencio habitual. Sabían y callaban. Un pueblo normal, un pueblo más; una iglesia de pueblo.

19 de febrero de 2011

Taberna en el límite

En la cima del monte escarpado de Gelshim, se oculta el ultimo de los oráculos. Cuentan las leyendas que quien escale el monte de la locura y pase bajo el portal del tiempo; podrá encontrar su destino. Esta leyenda siempre cautivó el alma de muchos aventureros, pero nadie regresa de las historias.
 

Verá, conozco tanto sobre este monte; por que mi taberna descansa en el limite del camino al destino de la locura. No es un lugar muy transitado; pero después de una vida ajetreada es un esplendido paraje. El negocio no es bueno; muy de vez en cuando golpea a mi puerta un viajero perdido necesitado de cama, comida y dirección, como usted. No se sienta ofendido; estoy seguro que sabe exactamente donde se dirige; pero los caminos en los límites suelen confundir hasta los mejores. Son tan arcaicos y tan desgastados que no se puede identificar donde empiezan o terminan. A nadie le importan estas tierras, están en lo correcto; no valen nada. Después de las guerras es un territorio desolado repleto de bandidos; antes era igual. Escarpadas rocas, un desierto estéril, tierra muerta y calor sofocante; no crece nada, este es mi hogar. Apure la copa y apuraré mi relato. Es tedioso prolongar la introducción, exaspera mi garganta.
 

Hace mucho tiempo, cuando era mucho más joven; un muchacho llegó a mis puertas una noche. Cuando abrí, esperaba en el umbral arrodillado sobre un mar de sangre. Estaba muy mal herido. Sin mediar palabra, lo ayudé a entrar. Cuidé del joven, parecía que había perdido el deseo de hablar; no mediaba palabra; no gritó cuando suturé sus heridas. Necesitó tres semanas para volver a pararse y caminar. Acusaba al joven con preguntas, nada parecía hacer mella en su estoico silencio. Pero, cuando comencé mi relato del monte de Gelshim; pude ver un brillo en sus ojos. Comprendí, muy a mi pesar, que ese joven estaba obsesiona en buscar. Estoy seguro, no sabía exactamente cual era su objetivo; solo deseaba llegar al oráculo y ver el entramado de su esencia. Le advertí sobre los peligros, pero no escuchó y partió. Seguí su figura hasta que se perdió en el horizonte.
 

Mi vida continuó en el solitario desierto. Intente sin éxito olvidar al muchacho para continuar con mis obligaciones, pero miraba al monte todas la mañas y por las noches esperaba escuchar un golpe en la puerta.
 

Estaba perdiendo las esperanzas. Temía el peor de los destinos para el silencioso joven; cuando una noche me despertó un fuerte golpe en la puerta. Al atender, era el joven. Me miró a los ojos y sonrió. No podría decir que reconocí su semblante con facilidad, era otra persona pero mantenía el rostro. Una sonrisa, un rostro iluminado y una diferencia abrumadora. No pude contener mi alegría, mantener mi profesionalismo y lo abracé como dos hermanos que se reencuentran. Lo invité a pasar, a tomar una copa y hablar de su aventura, accedió de buen grado.
 

El joven me contó que al partir de mi taberna recorrió el desierto con los ojos calvados en el monte. Sentía un llamado desde su interior, como el canto de una sirena; una mano invisible guiaba sus pasos. En el sofocante calor, encontró imágenes grotescas; buscaban desviarlo del sendero, pero se mantuvo firme.
 

Sus esperanzas mermaban; las fuerzas lo abandonaron. Cayó, exhausto y al borde de la muerte. Bajo el sol, no tendría oportunidad y aceptó su final. El frío de la noche trajo un canto dulce; despertó para contemplar la inmensidad del monte. Estaba frente al sendero, frente al monte; lo invitaba a subir. Escarpadas rocas filosas y negras, una escalada imposible. No pareció importarle, subió. Las heridas se abrían en la oscuridad; no le importaba. La sangre caliente lo mantenía atento y despierto, el canto se hacía más fuerte; empujaba su espíritu a la cima. En las rocas, en las sombras podía ver rostros retorcidos; continuó. Una bestia de tres cabezas se presentó, un ser de naturaleza grotesca que las palabras no pueden describir; lo venció. Al final, la cima.
 

Cuando llegó, la felicidad inundaba su alma. Sus brazos podían alcanzar el cielo, podía tocar las estrellas. Calmó su excitación, contempló. Cuatro simples columnas sostenían un techo abovedado, una estancia circular; lo invitaban a pasar. En el centro, sentía como las estrellas bailaban para él y la inmensidad del desierto infinito susurraba indescifrables palabras. Unos pasos, suaves; una mujer de piel como las arenas y ojos negros sostenía un cáliz. Él la reconoció, caminó a su encuentro; extendió el cáliz, ella lo invitaba. Con la mirada fija en la pitonisa, bebió. Comprendió, alcanzó la sabiduría; volvió con los hombres.
 

Esa es la historia, es inverosímil. En su lugar, no creería una palabra; pero pude ver el cambio. Era otra persona, un muchacho herido en la puerta y un héroe de pie al regreso. Beba la última gota siempre es la mejor, descanse y mañana podemos continuar con los relatos. Existe otra persona, otro héroe; de quien quiero hablar. Buenas noches, viajero; buenas noches.

El calor del medido día despertó al viajero, estaba acostado sobre las arenas. No había taberna, no había tabernero, no había nada; solo el infinito mar de arenas. Limpió sus ropas; buscó en el horizonte el monte de la locura. Necesitaba saber, emprendió el viaje.
-Debo continuar, Rain no puede detenerse- dijo.

14 de febrero de 2011

Doble singularidad única

“¿Ser o no ser?... ¡Ambos!”

Mirar y sentir. Sentir y sufrir. Un antiguo juramento a los dioses, injuriar al cielo protegido por el manto de la noche: “No volveré a vivir. Dejaré de ser humano. Caminaré el desierto para mirar. No tocaré, no sentiré. Hoy, he muerto”


He muerto y no quiero volver a la vida. En mi tumba, bien tapado, un epitafio sobre mi y rosas negras en mi lecho. Dormido, aletargado; muerto. No siento nada, soy solo un cadáver. Mi corazón no da señales de vida. Soy el muerto en vida, soy quien ha dejado a la humanidad. No quiero volver a caminar, no quiero ser parte de esto, no quiero seguir, solo detenerme y no ser. Existir en la inexistencia misma, esperar la muerte con la frente en alto. Cuando llegue diré: “Demasiado tarde. Hice tu trabajo”

Estoy muerto y quiero volver a la vida. En mi tumba, bien aprisionado, un lamento sobre mi y rosas rojas en mi lecho. Agitado, convulsionado; vivo. Siento, soy un prisionero. Mi corazón da señales de corrupción. Soy vida en muerte, soy quien ha dejado la humanidad. Quiero volver a caminar, quiero ser parte de ella, quiero seguir, acción y ser. Existir en el vértice mismo de la vida, renacer de la muerte con la frente en alto. Cuando llegue diré: “Demasiado tarde. Ahora no puedes alcanzarme”

Dualidad. Cara y ceca. Tormentas mentales en mar sereno.

¿Humano? No ¿Vivo? No ¿Muerto? No

"¿Quién querría llevar tan duras cargas, gemir y sudar bajo el peso de una vida afanosa, si no fuera por el temor de un algo, después de la muerte, esa ignorada región cuyos confines no vuelve a traspasar viajero alguno, temor que confunde nuestra voluntad y nos impulsa a soportar aquellos males que nos afligen, antes que lanzarnos a otros que desconocemos?”

11 de febrero de 2011

Cadenas de libertad

“El hombre es lobo del hombre”

Vuela distante en las sombras ajenas. Libera tu alma del mar interior para suscribirte en problemas sin importancia. Negarse, negar; la existencia a base de preocupaciones de terceros. Mentiras para no ver.


Sueño despierto con un tiempo feliz, donde los hombres de corazones libres puedan caminar a la luz. Sueño despierto con un tiempo libre, donde los hombres de corazones libres puedan ser libres de toda oscuridad. Sueño despierto para no despertar nunca. Sueño, por que la realidad me obliga.

Mentir, mentirse.

¿Cuánto tolera el género humano antes de volverse completamente loco? ¿Cuánto sufrimiento puede tolerar un hombre antes de perder la cordura?

Poco.

Negamos nuestra sociedad. Negamos nuestra obligación de grupo, negamos quienes somos; negamos nuestra pertenencia absoluta. Somos parte de un todo, somos entes sociales por excelencia. El hombre jamás bajó del árbol; continuamos con nuestra estructura social primate. Y yo, veo; y yo, siento; y yo; niego. Yo solo quiero que se detenga. No más. Odio ser como soy, odio mirar, odio ser conciente, odio el mundo por necesitarme como espectador de lujo.

¡Alguien debe detenerlo! ¡Deténganlo!

"Ariadna, no lo vas a creer. El minotauro apenas se defendió"

9 de febrero de 2011

Puño en rostro, alma de acero

“Niño, se fuerte” le dijo la mano de su padre en el rostro. Un golpe para tumbarlo logró su cometido. Desde el suelo, los ojos en llamas, manos en rostro, mirada de muerte, odio creciente en pecho, orgullo en postura lastimera.

“Nunca me dejaré doblegar, nunca me arrodillaré ante nadie” dijo sin sonido, sin modular, sin decirlo dijo el niño a su agresor, a su padre.

-¿Acaso vas a llorar?- repitió su frase habitual “pos golpe” –Debes ser un hombre, debes ser un hombre, los hombres no lloran- sabiduría para el hijo.

“Voy a destruirte. Voy a pisar tu cabeza, gusano” se levantó con este empuje adicional, sin lágrimas, sin lamentos, puro odio.

-¡Di algo!- nerviosismo en las palabras, nerviosismo por la impronta del infante.

-Algo- inteligencia combustible.

-Te voy a enseñar- puño cerrado en boca acompañó la porción de amenaza, el plato del día.

Caer de espaldas, un dolor punzante en el ojo, sangre en la nariz y una sonrisa, pasos fáciles de recodar y aprender: “Golpea al débil, golpea cuando sientas impotencia, golpea solo golpea”

“Ya aprendí padre. Gracias por sus enseñanzas” ironía para tragar saliva, siempre tiene el mejor de los sabores.

-No entiendes, yo te voy a explicar como son las cosas en mi casa- amenazar con las manos en la cintura, con las manos en el cinto, buscar un arma adicional para igualar diferencias. Enrollada en el puño, la hebilla péndula estimulada por la falta de pulso, por la excitación.

Entregar la espalda, ocultar el rostro tras las manos, morder el pulgar para no regalar la satisfacción del grito, para prologar la tortura hasta el desmayo.

“¡Quiero más, anciano! ¿Hasta donde tendrás fuerzas?” un último pensamiento antes de caer en los brazos de la inconciencia.

Imagen y reflejo


Las estrellas coronaba el gélido paisaje. Caminaba el viajero, perdido en el bosque oscuro mientras contemplaba los astros. Dos largos días por los senderos oculto, perdido. Sus ropajes de pieles no mantenía el calor; las fuerzas mermaban lentamente. Temeroso, sin rumbo; el terror de perecer en el bosque y convertirse en un cuerpo olvidado. Pensaba, en su incierto futuro; podía vislumbrar augurios oscuros. Cada paso lo acercaba a la muerte o a la vida. Los aullidos rasgaban el silencio para penetrar directamente en su corazón. El terror no le permitía ver o pensar.


La imagen era triste y había permanecido mucho tiempo a su lado, desde las sombras acechaba para verle. No sabía decir si fue por piedad o misericordia, pero contemplaba a este pobre hombre. Cuando pasó por el gran nogal, podía haberle ayudado e indicarle el camino correcto; aunque decidí permanecer en las sombras y contemplar. La naturaleza dictamina un sendero, no debemos por que diferenciarnos desoyendo los llamados de nuestra madre. Estaba a unos pocos metros cuando cruzó el arroyo, pero no se percató de mi presencia, podría ayudarle me decía una y otra vez. Una y otra vez negaba, y miraba. Tal era mi estado, olvidé de comer y solo limitaba mi existencia a su existencia. Por un momento contemplé con dolor como se arrodillaba sobre la nieve y lloraba. Sabía que iba a morir, la misericordia era necesaria; me dije.
Mientras sus lágrimas surcaban su rostro, me presenté ante él.



Con mis ojos empañados por mi amargura una visión me sustrajo. Una mujer se acerca a mi. Había perdido mi rumbo y por dos largas noches no tuve contacto alguno con la civilización. No creo lo que ven mis ojos, No podía proferir palabra. Su piel blanca reflejaba la pálida luna, me sentía como en un sueño. Con un gesto, me indica que la siga. Mis pies obedecen sin replicas. Puedo sentir como me llama, olvido mi estado; mi pasado no importa. Solo existe este momento y en ese encantador estado; obnubilado sigo su rastro. 

El cálido sol abrió camino a la primavera para dar vida. Los hombres volvieron a transitar el bosque impunemente, sin temor y con ceguera. Lo inevitable sucedió, dos leñadores encontraron el cuerpo; un viajero que al final del invierno se había internado en el bosque en contra de toda advertencia.