- Los humanos somos, por
naturaleza, seres destructivos. No conocemos la bondad, solo la
supervivencia. Sobrevivir no requiere galas u honor, los buenos no
superan a los villanos cuando el hambre asecha y la enfermedad es una
sombra constante durante los inviernos- dijo Ángel con su mirada
perdida en un horizonte imaginario, tal vez en un paisaje perdido en
sus recuerdos; remoto pero palpable a los sentidos más agudos.
Buscó un cigarrillo, jugó entre sus dedos y lo golpeaba de dos en dos sobre su encendedor rallado. Ángel era un filosofo de zapatillas, un hombre brillante con la iluminación brindada solo por las noches de faldas y licor. Al prender el cigarrillo su rostro se iluminó, un sonrisa burlona y su mirada fija, como un depredador buscaba hacer mellas en mi; saboreada esa extraña sensación que siempre me acompañaba cuando hablábamos, esa admiración y desprecio. Lo admiraba por su sagacidad, como una mezcla entre hombre de letras con delincuente de prontuario poblado. Le dio una pitada al cigarrillo, como un beso repleto de pasión de dos amantes que sus pieles se recuerdan pero no pueden probar la carne.
-Nos salva nuestra lógica,
nuestro conocimiento del mundo, nuestro conocimiento de nuestra
propia fútil vida. No somos mejores a las bestias, algunos dicen por
ahí que evolucionamos, pero no creo en eso. Decirnos mejores a ellos
solo salva a unos pocos de sentirse mejor cuando caminan por la
calle. Mejores o peores, bueno o malo solo es cuestión de
perspectivas.
Buscó con sus dedos el vaso
en el medio de la mesa mientras dejaba caer las cenizas al piso;
busco a tientas para descubrirlo vacio. Con solo un gesto le
marcó a la barra que mandara más combustible para
mantenerse alerta, lejos de toda realidad. No recuerdo verlo sobrio
pero tampoco lo recuerdo ebrio.
- Dios o buda o la nada,
las creencias pierden peso cuando de naturaleza se habla. No hay nada
que realmente importe más allá de las palabras cuando del hombre se
trata. La existencia o inexistencia de dios pierde importancia cuando
de los hombres hablamos. Si las palabras van y vienen, poco tiene que
ver y mucho menos la verdad sobre todas la mentiras relatadas en los
tiempos. Los hombres son hombre, el único ser en el tierra con el
conocimiento de su propia mortalidad. Imagina un cueva, vistes solo
lo que necesitas, las pieles de lo que cazas te mantienen vivo durante
los invierno, la carne llena las tripas y la excitación de la caza
obliga a bombear sangre al corazón. Una vida simple, un ser simple.
Un día a la vez, solo un día; cazas y dormir para volver a repetir
el ciclo. Veamos al hombre hoy, despierta, trabaja y vuelve a dormir
para volver a comenzar el ciclo. Cambiamos los nombre, cambiamos las
caras y los paisajes; la ciencia nos permite estar un paso delante.
El conocimiento compartido, sumado sobre conocimiento, nos mantiene
en la luz; pero todo ese conocimiento solo nos empuja por una sendero
sin sentido ni camino. El hombre sigue siendo el hombre, siguen en
naturaleza por el camino. Durante años el hombre destruye al
hombre, no por hambre solo por recursos. Antes hombres se mataban
con palos por un coto de caza. Hoy, hombres detonan bombas sobre
cabezas enemigas para poder acceso a un poco de petroleo para poder
venderlo a otros hombres. La muerte, nuestro conocimiento superior
sobre el resto de los seres, nuestra propia conciencia de nuestra
efímera existencia sobre este pedazo de tierra sigue siendo una
amenaza sobre nosotros.
- Los medios bombardean
nuestro sentidos hasta adormecerlos con la esperanza de vendernos
cosas que no necesitamos. Mientras navegamos esos mares tempestuosos
debemos vivir conscientes de nuestra propia muerte, buscando
sobrevivir día a día problemas inexistentes. La vida solo se
complicó al punto donde nadie entiende exactamente cual es el
verdadero peligro. Antes era una manda de lobo que podría desgarrar
nuestro cuerpo y devorarnos vivos o la impiedad de otro hombre
portando una piedra con la intención de descargar todas su ira sobre
nuestro cráneo. Pero hoy, todo es difuso; detrás de una neblina
esconden peligros que existen. Nuestra existencia esta obligada por
la existencia misma, la iglesia nos dijo que el suicidio no es bueno;
es propio de los pocos valientes, ningún noble le interesa tener a
los lacayos matándose en grupos por los pesares que le obligó a
vivir. Realmente importa si alguien se muere o no; la verdad es que
no. Nadie es el portador de la verdad o de la existencia del
universo; cuando un hombre muere todo sigue. Su nombre aparece en un
mármol tallado bajo un epitafio si tiene suerte. Si tiene mucha
suerte su rostro aparece en alguna estatua donde lo montan sobre
ideas que no compartían, por ahí en una remera que venden en la calle
sobre una manta. Las cosas viajan montadas sobre el billete, sobre el
oro; todo tiene un valor. Cuanto vale la hora hombre, cuando vale
respirar; ese cuadro vale tanta pila de millones y esa otra solo esta
en un plaza esperando que alguien se atreva darle un billete arrugado
al artista.
Hizo una pausa, la señorita de faldas cortas con el afán de engordar propina y obligar a mirarla se acercó con vaso medio lleno o medio vacío con dos hielos, en su interior un liquido amarillento de espirituoso aroma. Ángel estiró sus dedos casi desesperado, se aferraron al vaso y una sonrisa. Las luces del bares eran tenues, la mesa lejos del ajetreo en el rincón más tranquilo y cálido; era el habitual espacio donde Angelito mantenía a base de costumbre.
Saqué dinero, se lo
acerqué a la camarera con la esperanza que nos dejara solos
nuevamente mientras con un gesto de desagrado para ambos nos lleno de
escarcha el pelo. Nos sacudimos el frío mientras mirabas el hipnotizante andar de la yegua.
-En resumidas cuentas, nos
sacaríamos lo ojos los unos a los otros sin que nuestro pulso
temblara. No sería la gran cosa, lo hacemos todos los días detrás de
un telón de posibilidades. No hay bondad, no hay orden ni entropía,
solo caos sobre caos en capas fluctuantes. Los hombres morirán.
Puede ser una peste, una bomba o un pedazo de piedra. No habrá
culpables, no habrá nadie a quien culpar o nadie que culpe. Espero
poder espectar ese día, pero mi cuerpo atentará contra mi persona.
Cada día que pasa solo me arrastra a la tumba. Sin embargo un hombre
puede soñar, seré inmortal hasta que demuestre lo contrario.
-Apenas si el invierno tocó
tu cuerpo. Eres un joven, un espíritu joven; eso me agrada- me dijo
serio sosteniéndome la mirada.
Ángel apuró el trago, un
gesto de placer se dibujo en su rostro; mató el cigarro en el
cenicero de chapa con una marca indistinguible oculta tras años de
abuso. Una leve estela de humo cubría su rostro, pero no podía
ocultar su mueca burlesca. Se levantó, apoyó su mano sobre mi
hombre con gentileza buscando compartir su pobre empatía, apretó
fuerte y dijo: "Hay muchas formas de ver, pero la demencia es la
verdad. La mentira se vuelve verdad si te la repiten. La peor
de las mentiras es creer que el hombre no es un ser digno de
existencia."
Caminó, sus pies parecían
no tocar el suelo; flotaba sobre nosotros sin conocer la suciedad.
Tres años después me
enteré que la cirrosis terminó con su brillante luz, sentí que la
oscuridad se cerraba trataba de ahorcarme. Mis labios dibujaron
palabras, mi voz no era mía; era la voz de un hombre en el rincón de
un bar con el aliento a pucho y la mente empapelada de blanca
divinidad.
"Todos aman la vida
por que es una dulce mentira. Mientras que la muerte es una verdad
amarga."