24 de mayo de 2015

La Bestia entre las bestias

- Los humanos somos, por naturaleza, seres destructivos. No conocemos la bondad, solo la supervivencia. Sobrevivir no requiere galas u honor, los buenos no superan a los villanos cuando el hambre asecha y la enfermedad es una sombra constante durante los inviernos- dijo Ángel con su mirada perdida en un horizonte imaginario, tal vez en un paisaje perdido en sus recuerdos; remoto pero palpable a los sentidos más agudos.

Buscó un cigarrillo, jugó entre sus dedos y lo golpeaba de dos en dos sobre su encendedor rallado. Ángel era un filosofo de zapatillas, un hombre brillante con la iluminación brindada solo por las noches de faldas y licor. Al prender el cigarrillo su rostro se iluminó, un sonrisa burlona y su mirada fija, como un depredador buscaba hacer mellas en mi; saboreada esa extraña sensación que siempre me acompañaba cuando hablábamos, esa admiración y desprecio. Lo admiraba por su sagacidad, como una mezcla entre hombre de letras con delincuente de prontuario poblado. Le dio una pitada al cigarrillo, como un beso repleto de pasión de dos amantes que sus pieles se recuerdan pero no pueden probar la carne.

-Nos salva nuestra lógica, nuestro conocimiento del mundo, nuestro conocimiento de nuestra propia fútil vida. No somos mejores a las bestias, algunos dicen por ahí que evolucionamos, pero no creo en eso. Decirnos mejores a ellos solo salva a unos pocos de sentirse mejor cuando caminan por la calle. Mejores o peores, bueno o malo solo es cuestión de perspectivas.

Buscó con sus dedos el vaso en el medio de la mesa mientras dejaba caer las cenizas al piso; busco a tientas para descubrirlo vacio. Con solo un gesto le marcó a la barra que mandara más combustible para mantenerse alerta, lejos de toda realidad. No recuerdo verlo sobrio pero tampoco lo recuerdo ebrio.

- Dios o buda o la nada, las creencias pierden peso cuando de naturaleza se habla. No hay nada que realmente importe más allá de las palabras cuando del hombre se trata. La existencia o inexistencia de dios pierde importancia cuando de los hombres hablamos. Si las palabras van y vienen, poco tiene que ver y mucho menos la verdad sobre todas la mentiras relatadas en los tiempos. Los hombres son hombre, el único ser en el tierra con el conocimiento de su propia mortalidad. Imagina un cueva, vistes solo lo que necesitas, las pieles de lo que cazas te mantienen vivo durante los invierno, la carne llena las tripas y la excitación de la caza obliga a bombear sangre al corazón. Una vida simple, un ser simple. Un día a la vez, solo un día; cazas y dormir para volver a repetir el ciclo. Veamos al hombre hoy, despierta, trabaja y vuelve a dormir para volver a comenzar el ciclo. Cambiamos los nombre, cambiamos las caras y los paisajes; la ciencia nos permite estar un paso delante. El conocimiento compartido, sumado sobre conocimiento, nos mantiene en la luz; pero todo ese conocimiento solo nos empuja por una sendero sin sentido ni camino. El hombre sigue siendo el hombre, siguen en naturaleza por el camino. Durante años el hombre destruye al hombre, no por hambre solo por recursos. Antes hombres se mataban con palos por un coto de caza. Hoy, hombres detonan bombas sobre cabezas enemigas para poder acceso a un poco de petroleo para poder venderlo a otros hombres. La muerte, nuestro conocimiento superior sobre el resto de los seres, nuestra propia conciencia de nuestra efímera existencia sobre este pedazo de tierra sigue siendo una amenaza sobre nosotros.

- Los medios bombardean nuestro sentidos hasta adormecerlos con la esperanza de vendernos cosas que no necesitamos. Mientras navegamos esos mares tempestuosos debemos vivir conscientes de nuestra propia muerte, buscando sobrevivir día a día problemas inexistentes. La vida solo se complicó al punto donde nadie entiende exactamente cual es el verdadero peligro. Antes era una manda de lobo que podría desgarrar nuestro cuerpo y devorarnos vivos o la impiedad de otro hombre portando una piedra con la intención de descargar todas su ira sobre nuestro cráneo. Pero hoy, todo es difuso; detrás de una neblina esconden peligros que existen. Nuestra existencia esta obligada por la existencia misma, la iglesia nos dijo que el suicidio no es bueno; es propio de los pocos valientes, ningún noble le interesa tener a los lacayos matándose en grupos por los pesares que le obligó a vivir. Realmente importa si alguien se muere o no; la verdad es que no. Nadie es el portador de la verdad o de la existencia del universo; cuando un hombre muere todo sigue. Su nombre aparece en un mármol tallado bajo un epitafio si tiene suerte. Si tiene mucha suerte su rostro aparece en alguna estatua donde lo montan sobre ideas que no compartían, por ahí en una remera que venden en la calle sobre una manta. Las cosas viajan montadas sobre el billete, sobre el oro; todo tiene un valor. Cuanto vale la hora hombre, cuando vale respirar; ese cuadro vale tanta pila de millones y esa otra solo esta en un plaza esperando que alguien se atreva darle un billete arrugado al artista.

Hizo una pausa, la señorita de faldas cortas con el afán de engordar propina y obligar a mirarla se acercó con vaso medio lleno o medio vacío con dos hielos, en su interior un liquido amarillento de espirituoso aroma. Ángel estiró sus dedos casi desesperado, se aferraron al vaso y una sonrisa. Las luces del bares eran tenues, la mesa lejos del ajetreo en el rincón más tranquilo y cálido; era el habitual espacio donde Angelito mantenía a base de costumbre.

Saqué dinero, se lo acerqué a la camarera con la esperanza que nos dejara solos nuevamente mientras con un gesto de desagrado para ambos nos lleno de escarcha el pelo. Nos sacudimos el frío mientras mirabas el hipnotizante andar de la yegua.

-En resumidas cuentas, nos sacaríamos lo ojos los unos a los otros sin que nuestro pulso temblara. No sería la gran cosa, lo hacemos todos los días detrás de un telón de posibilidades. No hay bondad, no hay orden ni entropía, solo caos sobre caos en capas fluctuantes. Los hombres morirán. Puede ser una peste, una bomba o un pedazo de piedra. No habrá culpables, no habrá nadie a quien culpar o nadie que culpe. Espero poder espectar ese día, pero mi cuerpo atentará contra mi persona. Cada día que pasa solo me arrastra a la tumba. Sin embargo un hombre puede soñar, seré inmortal hasta que demuestre lo contrario.
-Apenas si el invierno tocó tu cuerpo. Eres un joven, un espíritu joven; eso me agrada- me dijo serio sosteniéndome la mirada.

Ángel apuró el trago, un gesto de placer se dibujo en su rostro; mató el cigarro en el cenicero de chapa con una marca indistinguible oculta tras años de abuso. Una leve estela de humo cubría su rostro, pero no podía ocultar su mueca burlesca. Se levantó, apoyó su mano sobre mi hombre con gentileza buscando compartir su pobre empatía, apretó fuerte y dijo: "Hay muchas formas de ver, pero la demencia es la verdad. La mentira se vuelve verdad si te la repiten. La peor de las mentiras es creer que el hombre no es un ser digno de existencia."

Caminó, sus pies parecían no tocar el suelo; flotaba sobre nosotros sin conocer la suciedad.

Tres años después me enteré que la cirrosis terminó con su brillante luz, sentí que la oscuridad se cerraba trataba de ahorcarme. Mis labios dibujaron palabras, mi voz no era mía; era la voz de un hombre en el rincón de un bar con el aliento a pucho y la mente empapelada de blanca divinidad.

"Todos aman la vida por que es una dulce mentira. Mientras que la muerte es una verdad amarga."