19 de febrero de 2011

Taberna en el límite

En la cima del monte escarpado de Gelshim, se oculta el ultimo de los oráculos. Cuentan las leyendas que quien escale el monte de la locura y pase bajo el portal del tiempo; podrá encontrar su destino. Esta leyenda siempre cautivó el alma de muchos aventureros, pero nadie regresa de las historias.
 

Verá, conozco tanto sobre este monte; por que mi taberna descansa en el limite del camino al destino de la locura. No es un lugar muy transitado; pero después de una vida ajetreada es un esplendido paraje. El negocio no es bueno; muy de vez en cuando golpea a mi puerta un viajero perdido necesitado de cama, comida y dirección, como usted. No se sienta ofendido; estoy seguro que sabe exactamente donde se dirige; pero los caminos en los límites suelen confundir hasta los mejores. Son tan arcaicos y tan desgastados que no se puede identificar donde empiezan o terminan. A nadie le importan estas tierras, están en lo correcto; no valen nada. Después de las guerras es un territorio desolado repleto de bandidos; antes era igual. Escarpadas rocas, un desierto estéril, tierra muerta y calor sofocante; no crece nada, este es mi hogar. Apure la copa y apuraré mi relato. Es tedioso prolongar la introducción, exaspera mi garganta.
 

Hace mucho tiempo, cuando era mucho más joven; un muchacho llegó a mis puertas una noche. Cuando abrí, esperaba en el umbral arrodillado sobre un mar de sangre. Estaba muy mal herido. Sin mediar palabra, lo ayudé a entrar. Cuidé del joven, parecía que había perdido el deseo de hablar; no mediaba palabra; no gritó cuando suturé sus heridas. Necesitó tres semanas para volver a pararse y caminar. Acusaba al joven con preguntas, nada parecía hacer mella en su estoico silencio. Pero, cuando comencé mi relato del monte de Gelshim; pude ver un brillo en sus ojos. Comprendí, muy a mi pesar, que ese joven estaba obsesiona en buscar. Estoy seguro, no sabía exactamente cual era su objetivo; solo deseaba llegar al oráculo y ver el entramado de su esencia. Le advertí sobre los peligros, pero no escuchó y partió. Seguí su figura hasta que se perdió en el horizonte.
 

Mi vida continuó en el solitario desierto. Intente sin éxito olvidar al muchacho para continuar con mis obligaciones, pero miraba al monte todas la mañas y por las noches esperaba escuchar un golpe en la puerta.
 

Estaba perdiendo las esperanzas. Temía el peor de los destinos para el silencioso joven; cuando una noche me despertó un fuerte golpe en la puerta. Al atender, era el joven. Me miró a los ojos y sonrió. No podría decir que reconocí su semblante con facilidad, era otra persona pero mantenía el rostro. Una sonrisa, un rostro iluminado y una diferencia abrumadora. No pude contener mi alegría, mantener mi profesionalismo y lo abracé como dos hermanos que se reencuentran. Lo invité a pasar, a tomar una copa y hablar de su aventura, accedió de buen grado.
 

El joven me contó que al partir de mi taberna recorrió el desierto con los ojos calvados en el monte. Sentía un llamado desde su interior, como el canto de una sirena; una mano invisible guiaba sus pasos. En el sofocante calor, encontró imágenes grotescas; buscaban desviarlo del sendero, pero se mantuvo firme.
 

Sus esperanzas mermaban; las fuerzas lo abandonaron. Cayó, exhausto y al borde de la muerte. Bajo el sol, no tendría oportunidad y aceptó su final. El frío de la noche trajo un canto dulce; despertó para contemplar la inmensidad del monte. Estaba frente al sendero, frente al monte; lo invitaba a subir. Escarpadas rocas filosas y negras, una escalada imposible. No pareció importarle, subió. Las heridas se abrían en la oscuridad; no le importaba. La sangre caliente lo mantenía atento y despierto, el canto se hacía más fuerte; empujaba su espíritu a la cima. En las rocas, en las sombras podía ver rostros retorcidos; continuó. Una bestia de tres cabezas se presentó, un ser de naturaleza grotesca que las palabras no pueden describir; lo venció. Al final, la cima.
 

Cuando llegó, la felicidad inundaba su alma. Sus brazos podían alcanzar el cielo, podía tocar las estrellas. Calmó su excitación, contempló. Cuatro simples columnas sostenían un techo abovedado, una estancia circular; lo invitaban a pasar. En el centro, sentía como las estrellas bailaban para él y la inmensidad del desierto infinito susurraba indescifrables palabras. Unos pasos, suaves; una mujer de piel como las arenas y ojos negros sostenía un cáliz. Él la reconoció, caminó a su encuentro; extendió el cáliz, ella lo invitaba. Con la mirada fija en la pitonisa, bebió. Comprendió, alcanzó la sabiduría; volvió con los hombres.
 

Esa es la historia, es inverosímil. En su lugar, no creería una palabra; pero pude ver el cambio. Era otra persona, un muchacho herido en la puerta y un héroe de pie al regreso. Beba la última gota siempre es la mejor, descanse y mañana podemos continuar con los relatos. Existe otra persona, otro héroe; de quien quiero hablar. Buenas noches, viajero; buenas noches.

El calor del medido día despertó al viajero, estaba acostado sobre las arenas. No había taberna, no había tabernero, no había nada; solo el infinito mar de arenas. Limpió sus ropas; buscó en el horizonte el monte de la locura. Necesitaba saber, emprendió el viaje.
-Debo continuar, Rain no puede detenerse- dijo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario