9 de febrero de 2011

Puño en rostro, alma de acero

“Niño, se fuerte” le dijo la mano de su padre en el rostro. Un golpe para tumbarlo logró su cometido. Desde el suelo, los ojos en llamas, manos en rostro, mirada de muerte, odio creciente en pecho, orgullo en postura lastimera.

“Nunca me dejaré doblegar, nunca me arrodillaré ante nadie” dijo sin sonido, sin modular, sin decirlo dijo el niño a su agresor, a su padre.

-¿Acaso vas a llorar?- repitió su frase habitual “pos golpe” –Debes ser un hombre, debes ser un hombre, los hombres no lloran- sabiduría para el hijo.

“Voy a destruirte. Voy a pisar tu cabeza, gusano” se levantó con este empuje adicional, sin lágrimas, sin lamentos, puro odio.

-¡Di algo!- nerviosismo en las palabras, nerviosismo por la impronta del infante.

-Algo- inteligencia combustible.

-Te voy a enseñar- puño cerrado en boca acompañó la porción de amenaza, el plato del día.

Caer de espaldas, un dolor punzante en el ojo, sangre en la nariz y una sonrisa, pasos fáciles de recodar y aprender: “Golpea al débil, golpea cuando sientas impotencia, golpea solo golpea”

“Ya aprendí padre. Gracias por sus enseñanzas” ironía para tragar saliva, siempre tiene el mejor de los sabores.

-No entiendes, yo te voy a explicar como son las cosas en mi casa- amenazar con las manos en la cintura, con las manos en el cinto, buscar un arma adicional para igualar diferencias. Enrollada en el puño, la hebilla péndula estimulada por la falta de pulso, por la excitación.

Entregar la espalda, ocultar el rostro tras las manos, morder el pulgar para no regalar la satisfacción del grito, para prologar la tortura hasta el desmayo.

“¡Quiero más, anciano! ¿Hasta donde tendrás fuerzas?” un último pensamiento antes de caer en los brazos de la inconciencia.

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