25 de junio de 2015

Cara o seca

La suerte es una amante celosa pero de pasiones inagotables para aquellos osados que viven prendidos a los aromas de su lecho. Existe un pensamiento general, disperso entre todos los hombres; la irrefutable idea subconsciente de la existencia de la suerte. Claramente se puede decir, afirmar a medias, que la suerte, tanto buena como mala; existe. Todos tuvimos días gloriosos donde los astros nos sonreían, hasta lo más insólito salió a pedir de boca y la lógica no parecía tener espacio en el entramado metafísico. La otra cara, lo opuesto; también lo hemos sufrido en esos días nefastos donde todo se retuerce de modos inconexos. La sal y la azúcar no comparten mesa sin chistar, con la suerte no pasa igual. Los dos tipos de suerte, viven y conviven como viejas amigas sin mayores problemas. Solo son los dulces besos o amargo desprecio de la enarbolada dama suerte. Podemos encontrar hombres que reniegan de dios otros que viven en la idea de la divinidad con ardiente fervor; pero todos los hombres creen en ella.

O mujeres. Dora era una mujer. No como cualquier mujer, en realidad era una joven peleada con la vida y ,sin saberlo, próximo a pelearse con su suerte.

La mañana la despertó como siempre la despertaba, de a golpes. El despertador chilló agonizante. Tenía un viejo reloj de la infancia, un gato con ojo por péndulo. Un lado, un poco de vida; el otro y otro poco de vida. Los golpes, el tiempo y principalmente la mudanza de la casa de sus padres le cambió la voz. Su campanilla agónica era un murmullo. Dora había intentado probar con otros, pero la familiaridad de ese sonido infantil tenía todavía su magia.

Estiró la mano, el primer intento golpeó unos libros polvorientos. El segundo intento tuvo un poco más de suerte, o no tanta. El envión la tiró al piso, las sábanas se le enrollaron en las piernas, los ojos se abrieron de par en par con la sensación de la caída e inminente golpe. Causa y consecuencia, golpe y dolor de cabeza. Como un pez fuera del agua se peleaba con las sábanas, intentaba escapar de su presa mientras su mano identificaba el daño.

Se arrastró unos primeros pasos por el suelo, hasta alcanzar el marco de la puerta que daba al baño. Llegó a la llave de luz, la accionó; un destello marcó el fin de otro foquito de luz. Dora permaneció con la espalda contra la pared. Sentada miraba la escena; intentaba volver al mundo de los vivos. La habitación era pequeña, una puerta al baño y otra a la cocina; eso era todo el departamento, todo lo que su sueldo de secretaria podía costear. Sabía que el departamento era viejo, casi de mediados de siglo, una reliquia. Su padre le había advertido de su estado lamentable, pero su amor por lo viejo venció.

Tenía solo veinte minutos para bañarse, desayunar y llegar al trabajo. Veinte minutos, pensó. Hacer en veinte minutos una tarea que habitualmente es de una hora. Imposible.

La urgencia la pincho como un alfiler. Se levanto apurada, se metió al baño y prendió el agua de la ducha. Los caños produjeron en sonido típico de la proximidad del agua, solo debía esperar unos minutos mientras se abrían camino por las venas sarrosas de las paredes. Tenía tiempo de calentar un poco de agua, un café instantáneo. Corrió a la segunda puerta, buscó la pava y la llenó de agua.

Mientras esperaba que el agua saliera, costumbre y tiempos que se meten bajo la piel después de vivir un año bajo ese techo ruinoso; buscó los fósforos. Solo dos, suficientes. Accionó la perilla de la cocina. Primer fósforo, la punta salió disparada al confín de posibilidades escondidas detrás de la heladera. El segundo, el último; era el indicado. Prestó atención a la tarea, lo miró fijamente. Despacio y con cuidado lo raspó. Chispa, fuego y el olor a azufre. Acercó la llama, el gas libre decidió que quería darle un susto; un ruido estruendoso, una llamarada. Dió un salto, se llevó la mano al pecho ante la necesidad de detener la fuga de su corazón. La pava, como era de esperase rebasaba. Apurada la sacó del chorro de agua y la dejó sobre el fuego. Miró la situación, había fuego y agua. Todo marchaba sobre ruedas, faltaba el polvo marrón que llamaba café y la taza. De parejas se trataba, unir pareja con pareja para que todo quedara bien. Una taza vieja mostraba su figura sensual, lavarla o no lavarla esa era la cuestión. El tiempo apremiaba, la mojó un poco y como quien sopla algo que cae al suelo esperó que la acción sin sentido tuviera un sentido dentro de la opción.

En la repisa sobre la cocina la miraba fijamente una señora demasiado sonriente que invitaba a los placeres de un buen café. Dora tomó el recipiente, la repisa perdió el balance , o mejor dicho un tornillo, y todo fue a parar al piso. No importa, despues lo ordenó cuando llegue destruida del trabajo, pensó. Peleó un poco con la tapa, no tanto; entonces descubrió la falta de una cuchara. No importó, tiró a ojo. Sería mejor calcular con la muñeca. Se dió cuenta que tiró de más pero en el fondo lo prefería fuerte.

Se detuvo un momento, sintió que algo faltaba. Claramente faltaba azúcar, no tenía; había olvidado comprarla. No era eso, era otra cosa. Era un ruido, ese tipo de orquesta que acompaña de fondo toda casa.

El murmullo de la heladera, estaba.

El agua empezó a hervir, apagó el gas y tiró el agua dentro de la taza. Las magias del universo haría de eso algo que pudiese ingerir. Mientras esperaba que el brebaje terminara de asentarse comenzó a sacarse el pijama. Ella dormía con pijama, no porque de niña la
obligan o porque le gustaban los pijamas. Dora tenía un fetiche medio extraño con el pijama de cuerpo completo que había encontrado en una vieja feria americana. Logró desprenderse de ese pedazo engorroso de tela y se enfrentó al agua.

Todos sabemos que la mejor forma de pelear con una ducha fría es entrar sin dudar y después gritar mientras revoleamos los brazos para todos lados. Algunos grandes pensadores lograron desarrollar las leyes básicas de la ducha fría, enunciaron los beneficios (si es que tiene) y sus perjuicios (hasta el más obvio). Lamentablemente Dora no había encontrado ningún volumen para hojear sobre el tema, ello la llevó a realizar el peor de los errores de la ducha fría; tanteo.

Primero, estiró la mano. Estaba fría. El invierno obliga al agua a permanecer alejada, distante y fría. Probó con el pie. Seguía fría. Muchos creen que al probar con otra parte del cuerpo se va a encontrar el coraje.

Dora se detuvo. Pensó. Levantó el brazo y apoyó su nariz en la axila. Si, apestaba.

Cerró sus ojos y entró. Todos hemos sufrido una ducha fría en algún punto de nuestras vidas, no creo necesario entrar en detalles. Agregaré como comentario al margen que Dora tenía tres hermanos mayores, su vocabulario no era exactamente impoluto. La vecina de arriba, una mujer muy religiosa buscó una medallita de San Cristóbal y la beso pidiendo por el alma de Dorita.

Las duchas frías no sirven. Dorá salió relativamente mojada, pero lejos de estar limpia. Dora se zambulló en su cama, intentó (en vano) arrancarle el poco calor que todavía tenían las sábanas. Se retorció y secó como pudo. Me gustaría decir que salió como una mujer nueva, rejuvenecida. No puedo.

Rebusco en la pila de ropa que todos tenemos sobre una silla. Si no tiene una pila de ropa en algún lugar de su habitación, entonces es una persona muy ordenada o aburrida o un preso. Unos pantalones de vestir, una camisa blanca, una media de cada color y el saco que hacía juego. Se miró, parecía; rescatable. Se puso las zapatillas y limpió las puntas con la parte de atrás de su pantalón, sin testigos no hay crimen. En realidad, Dora como mujer mujer no era mujer. No era de esas chicas que les gustan los vestidos rosas, Dora era de remeras negras con la cara sonriente de Nirvana. Tampoco era de las que usan maquillaje, por suerte genética era aceptable sin pintura. Pero sobre todas las cosas, odiaba los zapatos de vestir; con taco o sin taco. Ella era de zapatillas. Su jefe le perdonaba sus tardanzas y fachas, después de todo el nunca estaba en la oficina y ella se ocupaba realmente de todo el trabajo. Entonces, disfrutaba de algunas pequeñas cosas de la vida, como usar zapatillas. Su madre estaba en contrar, pero estaba lejos. Sin testigos no hay crimen, se dijo.

Dos saltos y estaba ante la taza de café. La ducha le otorgó la sabiduría para abordar a ese brebaje negro. Contuvo la respiración, cerró los ojos y tragó. No vamos hacer chistes sucios sobre el hecho de “tragar” porque distando de ser una señorita era una persona relativamente centrada (o eso se mentía). Un asco. Hizo caras, todas las que un humano puede hacer. Para rematar, sacó la lengua para airear un poco el ambiente.

Unos segundo y no importaba. Dos saltos, tomó del perchero el sobretodo negro. Estaba preparada para los infortunios del destino. Miró de reojo el reloj, solo veinte minutos. Una sonrisa sardónica adornó su rostro.

Abrió la puerta y salió. Podría decirse que casi se llevó puesto de contramano al vecino de enfrente, pero en realidad se lo llevó puesto. Si un fanático del rugby hubiese estado presente para contemplar la escena sus aplausos taparían los quejidos.

-Vecina- dijo desde el piso mientras intentaba correr a Dora de encima
-Señor Gonzales- dijo Dora mientras se incorporaba.
-El señor Gonzales está en su casa. Supongo que papá estará con su mujer nueva.
-Gustavo. Perdón- corrigió Dora.
-¿A dónde va tan temprano?
-Al trabajo- dijo Dora.
-No sabía que trabajaba los sábados.

La palabra sábado hizo eco en le pasillo. Existe la creencia que hay duendes que viven en los palier y pasillos; se sabe a ciencia cierta de su existencia. Este duende en particular dijo “Sábado. Sábado. Sábado”.

Una cosa trajo a la otra. Dora se sintió como una estúpida, su rostro mostró un gesto que Gustavo no puedo distinguir. Hay personas que tienen una peculiaridad, la de Dora era llevar los ojos para atrás cuando descubre sus errores. A Gustavo eso le pareció interesante, algo llamó su atención.

No voy a entrar en detalle, requeriría trabajo. Se puede decir que Gustavo aprovechó para invitarla a desayunar, ella aceptó para disculparse por el golpe. Una cosa llevó a la otra.

La suerte, siempre mezclada; los obligó a encontrarse. Vivieron una vida juntos y dos vidas más. Sus hijos todavía cuentan cómo se conocieron sus padres y nunca pueden esconder su sonrisa.

a la india de Dora

19 de junio de 2015

Visita al médico

-Mire doctor. El problema no soy yo lo tiene mi vecino- dijo consternada Claudia con la mejor cara de preocupación que sus capacidades histriónicas le permitieron conjurar.

El consultorio era como todo consultorio, la idea del consultorio. Se podría decir que esa pequeña habitación, con la camilla negra, su balanza, los cuadritos de letras imposibles de leer y la biblioteca de libros gordos; era un espacio arrancado del consciente colectivo. Si todas las mentes de los humanos pensaran en un consultorio médico sería esa habitación. Como cereza estaba la secretaria huraña con lentes de culo de botella y mirada de búho en la sala de espera totalmente obnubilada en una novela romantica, “Pasiones de arrabal”; la portada insinuaba su contenido. Una morocha de labios rojos, se arrojaba suplicante al pecho de un tanguero típico con mezcla de Delfino y De Caro.

-No entiendo por que vino a la consulta- dijo el médico sorprendido mientras intentaba leer en el rostro de la rubia oxigenada sus intenciones. El Dr. Mendizabal pensaba “Debería derivarla a un psiquiatra, pero no creo que la Dra. Medina acepte locas de remate. A ella le da mejor las cosas que no están para la eutanasia.”

-Le dije doctor, no puedo dormir por la noches porque el vecino hace mucho ruido. No es el vecino lo que me despierta, es el ruido de su cama que amerita un descanso. Consiguió una novia nueva, una cualquiera de esas que seguramente son de bajos recursos; se le ve en la piel. No es que esté diciendo algo malo, no crea que soy xenófoba; después de todo la señora que me viene a limpiar, creo que se llama Hernestina o Ruperta, es de bajo recursos y yo la quiero mucho; la tengo desde que era chiquita. Hasta podría decir que es de la familia. Pompón, mi caniche blanco, la quiere muchísimo y puedo confiar en su juicio, a él no le gusta la gente mal.

El Dr. Mendizabal se atusó el bigote y acomodó los lentes.

-¿Que quiere que- el doctor no terminó la frase porque no sabía qué decir y por la vieja le corto la inspiración.

-Necesito dormir, es muy importante para una persona como yo. Tengo muchos años, a mis setenta y seis años; el descanso es importante, casi fundamental. Desde hace dos días no pego un ojo. Si estuviera vivo mi Juan Carlos, él se ocuparía. Subiría al piso de arriba, golpearía las puertas y lo agarra de la solapa a ese relajado que tengo por vecino. Todo estaría resuelto. Lo peor de todo, es que se ríen a cualquier hora; como si fuera una fiesta. No tienen respeto por los vecinos. Traté de hablar con el consorcio, pero no hacen nada. Estoy acá para que me pueda ayudar. Ayúdeme doctor, después de todo usted hizo ese juramento Hipólito del que tanto hablan.

El Dr. Mendizabal se imaginó a hipólito yrigoyen tomándole parado firme, con la constitución en la mano y el con su derecha sobre el libro mientras decía: “Que se rompa pero que no se doble”. Todos somos humanos, los doctores (aveces) tambien y no puedo contener una pequeña risa.

Claudia, al ver que su diplomacia le fallaba buscó en su cartera una vieja receta. La desdobló con sumo cuidado y la puso en el escritorio frente al doctor. Mendizabal, agarró el papel como un borracho agarra una botella después de meses sobrio. Suplicaba una salvación, una luz al final del túnel o el final de su purgatorio. No puedo lamentar su situación peor, dejó caer sus hombros, dejó la vieja receta sobre la mesa. Con sumo cuidado se sacó los lentes y comenzó a limpiarlos con el guardapolvos. Este pequeño ritual iba acompañado de una cuenta regresiva.

-No voy hacer la receta- rompió el silencio el Dr. Mendizabal.
-Doctor, es imperioso que pueda dormir bien. Soy sola y se acerca el cumpleaños de quince de Rebeca. Tengo que estar presentable, sobre todo porque va a estar mi nuera mirando a todos desde arriba; ella es de Olivos y mi Martincito es de Palermo. No puedo decepcionar, tengo obligaciones para la nena.

Mendizabal no había elegido ser médico para repartir drogas de viejas estiradas. Su vocación lo había elegido a él, sin pedirle permiso ni concesiones. La paciencia del doctor estaba tocando límite, extraños son los caminos por donde la ira de un pibe de barrio devenido a médico de “clase bien” podría llevar.

El doctor dejó los lentes sobre el escritorio, suspiró hondo y abrió el cajón a su derecha. Claudia se acomodó un mechón a su posición habitual, se frotó las manos mientras que sus ojos adquirían un brillo particular.

El doctor estiró su mano. Claudia en posición suplicante miraba al borde de un mar de lágrimas de alegría.

El Dr. Mendizabal dejó caer dos bolitas de algodón sobre el escritorio.

-Todas las noches. Una en cada oreja- dijo el doctor.

24 de mayo de 2015

La Bestia entre las bestias

- Los humanos somos, por naturaleza, seres destructivos. No conocemos la bondad, solo la supervivencia. Sobrevivir no requiere galas u honor, los buenos no superan a los villanos cuando el hambre asecha y la enfermedad es una sombra constante durante los inviernos- dijo Ángel con su mirada perdida en un horizonte imaginario, tal vez en un paisaje perdido en sus recuerdos; remoto pero palpable a los sentidos más agudos.

Buscó un cigarrillo, jugó entre sus dedos y lo golpeaba de dos en dos sobre su encendedor rallado. Ángel era un filosofo de zapatillas, un hombre brillante con la iluminación brindada solo por las noches de faldas y licor. Al prender el cigarrillo su rostro se iluminó, un sonrisa burlona y su mirada fija, como un depredador buscaba hacer mellas en mi; saboreada esa extraña sensación que siempre me acompañaba cuando hablábamos, esa admiración y desprecio. Lo admiraba por su sagacidad, como una mezcla entre hombre de letras con delincuente de prontuario poblado. Le dio una pitada al cigarrillo, como un beso repleto de pasión de dos amantes que sus pieles se recuerdan pero no pueden probar la carne.

-Nos salva nuestra lógica, nuestro conocimiento del mundo, nuestro conocimiento de nuestra propia fútil vida. No somos mejores a las bestias, algunos dicen por ahí que evolucionamos, pero no creo en eso. Decirnos mejores a ellos solo salva a unos pocos de sentirse mejor cuando caminan por la calle. Mejores o peores, bueno o malo solo es cuestión de perspectivas.

Buscó con sus dedos el vaso en el medio de la mesa mientras dejaba caer las cenizas al piso; busco a tientas para descubrirlo vacio. Con solo un gesto le marcó a la barra que mandara más combustible para mantenerse alerta, lejos de toda realidad. No recuerdo verlo sobrio pero tampoco lo recuerdo ebrio.

- Dios o buda o la nada, las creencias pierden peso cuando de naturaleza se habla. No hay nada que realmente importe más allá de las palabras cuando del hombre se trata. La existencia o inexistencia de dios pierde importancia cuando de los hombres hablamos. Si las palabras van y vienen, poco tiene que ver y mucho menos la verdad sobre todas la mentiras relatadas en los tiempos. Los hombres son hombre, el único ser en el tierra con el conocimiento de su propia mortalidad. Imagina un cueva, vistes solo lo que necesitas, las pieles de lo que cazas te mantienen vivo durante los invierno, la carne llena las tripas y la excitación de la caza obliga a bombear sangre al corazón. Una vida simple, un ser simple. Un día a la vez, solo un día; cazas y dormir para volver a repetir el ciclo. Veamos al hombre hoy, despierta, trabaja y vuelve a dormir para volver a comenzar el ciclo. Cambiamos los nombre, cambiamos las caras y los paisajes; la ciencia nos permite estar un paso delante. El conocimiento compartido, sumado sobre conocimiento, nos mantiene en la luz; pero todo ese conocimiento solo nos empuja por una sendero sin sentido ni camino. El hombre sigue siendo el hombre, siguen en naturaleza por el camino. Durante años el hombre destruye al hombre, no por hambre solo por recursos. Antes hombres se mataban con palos por un coto de caza. Hoy, hombres detonan bombas sobre cabezas enemigas para poder acceso a un poco de petroleo para poder venderlo a otros hombres. La muerte, nuestro conocimiento superior sobre el resto de los seres, nuestra propia conciencia de nuestra efímera existencia sobre este pedazo de tierra sigue siendo una amenaza sobre nosotros.

- Los medios bombardean nuestro sentidos hasta adormecerlos con la esperanza de vendernos cosas que no necesitamos. Mientras navegamos esos mares tempestuosos debemos vivir conscientes de nuestra propia muerte, buscando sobrevivir día a día problemas inexistentes. La vida solo se complicó al punto donde nadie entiende exactamente cual es el verdadero peligro. Antes era una manda de lobo que podría desgarrar nuestro cuerpo y devorarnos vivos o la impiedad de otro hombre portando una piedra con la intención de descargar todas su ira sobre nuestro cráneo. Pero hoy, todo es difuso; detrás de una neblina esconden peligros que existen. Nuestra existencia esta obligada por la existencia misma, la iglesia nos dijo que el suicidio no es bueno; es propio de los pocos valientes, ningún noble le interesa tener a los lacayos matándose en grupos por los pesares que le obligó a vivir. Realmente importa si alguien se muere o no; la verdad es que no. Nadie es el portador de la verdad o de la existencia del universo; cuando un hombre muere todo sigue. Su nombre aparece en un mármol tallado bajo un epitafio si tiene suerte. Si tiene mucha suerte su rostro aparece en alguna estatua donde lo montan sobre ideas que no compartían, por ahí en una remera que venden en la calle sobre una manta. Las cosas viajan montadas sobre el billete, sobre el oro; todo tiene un valor. Cuanto vale la hora hombre, cuando vale respirar; ese cuadro vale tanta pila de millones y esa otra solo esta en un plaza esperando que alguien se atreva darle un billete arrugado al artista.

Hizo una pausa, la señorita de faldas cortas con el afán de engordar propina y obligar a mirarla se acercó con vaso medio lleno o medio vacío con dos hielos, en su interior un liquido amarillento de espirituoso aroma. Ángel estiró sus dedos casi desesperado, se aferraron al vaso y una sonrisa. Las luces del bares eran tenues, la mesa lejos del ajetreo en el rincón más tranquilo y cálido; era el habitual espacio donde Angelito mantenía a base de costumbre.

Saqué dinero, se lo acerqué a la camarera con la esperanza que nos dejara solos nuevamente mientras con un gesto de desagrado para ambos nos lleno de escarcha el pelo. Nos sacudimos el frío mientras mirabas el hipnotizante andar de la yegua.

-En resumidas cuentas, nos sacaríamos lo ojos los unos a los otros sin que nuestro pulso temblara. No sería la gran cosa, lo hacemos todos los días detrás de un telón de posibilidades. No hay bondad, no hay orden ni entropía, solo caos sobre caos en capas fluctuantes. Los hombres morirán. Puede ser una peste, una bomba o un pedazo de piedra. No habrá culpables, no habrá nadie a quien culpar o nadie que culpe. Espero poder espectar ese día, pero mi cuerpo atentará contra mi persona. Cada día que pasa solo me arrastra a la tumba. Sin embargo un hombre puede soñar, seré inmortal hasta que demuestre lo contrario.
-Apenas si el invierno tocó tu cuerpo. Eres un joven, un espíritu joven; eso me agrada- me dijo serio sosteniéndome la mirada.

Ángel apuró el trago, un gesto de placer se dibujo en su rostro; mató el cigarro en el cenicero de chapa con una marca indistinguible oculta tras años de abuso. Una leve estela de humo cubría su rostro, pero no podía ocultar su mueca burlesca. Se levantó, apoyó su mano sobre mi hombre con gentileza buscando compartir su pobre empatía, apretó fuerte y dijo: "Hay muchas formas de ver, pero la demencia es la verdad. La mentira se vuelve verdad si te la repiten. La peor de las mentiras es creer que el hombre no es un ser digno de existencia."

Caminó, sus pies parecían no tocar el suelo; flotaba sobre nosotros sin conocer la suciedad.

Tres años después me enteré que la cirrosis terminó con su brillante luz, sentí que la oscuridad se cerraba trataba de ahorcarme. Mis labios dibujaron palabras, mi voz no era mía; era la voz de un hombre en el rincón de un bar con el aliento a pucho y la mente empapelada de blanca divinidad.

"Todos aman la vida por que es una dulce mentira. Mientras que la muerte es una verdad amarga."

24 de abril de 2015

Doble singularidad única


“¿Ser o no ser?… ¡Ambos!”
Mirar y sentir. Sentir y sufrir. Un antiguo juramento a los dioses, injuriar al cielo protegido por el manto de la noche: “No volveré a vivir. Dejaré de ser humano. Caminaré el desierto para mirar. No tocaré, no sentiré. Hoy, he muerto”
He muerto y no quiero volver a la vida. En mi tumba, bien tapado, un epitafio sobre mi y rosas negras en mi lecho. Dormido, aletargado; muerto. No siento nada, soy solo un cadáver. Mi corazón no da señales de vida. Soy el muerto en vida, soy quien ha dejado a la humanidad. No quiero volver a caminar, no quiero ser parte de esto, no quiero seguir, solo detenerme y no ser. Existir en la inexistencia misma, esperar la muerte con la frente en alto. Cuando llegue diré: “Demasiado tarde. Hice tu trabajo”
Estoy muerto y quiero volver a la vida. En mi tumba, bien aprisionado, un lamento sobre mi y rosas rojas en mi lecho. Agitado, convulsionado; vivo. Siento, soy un prisionero. Mi corazón da señales de corrupción. Soy vida en muerte, soy quien ha dejado la humanidad. Quiero volver a caminar, quiero ser parte de ella, quiero seguir, acción y ser. Existir en el vértice mismo de la vida, renacer de la muerte con la frente en alto. Cuando llegue diré: “Demasiado tarde. Ahora no puedes alcanzarme”
Dualidad. Cara y ceca. Tormentas mentales en mar sereno.
¿Humano? No ¿Vivo? No ¿Muerto? No
“¿Quién querría llevar tan duras cargas, gemir y sudar bajo el peso de una vida afanosa, si no fuera por el temor de un algo, después de la muerte, esa ignorada región cuyos confines no vuelve a traspasar viajero alguno, temor que confunde nuestra voluntad y nos impulsa a soportar aquellos males que nos afligen, antes que lanzarnos a otros que desconocemos?”

19 de abril de 2015

Cadenas de libertad

“El hombre es lobo del hombre”
Vuela distante en las sombras ajenas. Libera tu alma del mar interior para suscribirte en problemas sin importancia. Negarse, negar; la existencia a base de preocupaciones de terceros. Mentiras para no ver.
Sueño despierto con un tiempo feliz, donde los hombres de corazones libres puedan caminar a la luz. Sueño despierto con un tiempo libre, donde los hombres de corazones libres puedan ser libres de toda oscuridad. Sueño despierto para no despertar nunca. Sueño, por que la realidad me obliga.
Mentir, mentirse.
¿Cuánto tolera el género humano antes de volverse completamente loco? ¿Cuánto sufrimiento puede tolerar un hombre antes de perder la cordura? Poco.
Negamos nuestra sociedad. Negamos nuestra obligación de grupo, negamos quienes somos; negamos nuestra pertenencia absoluta. Somos parte de un todo, somos entes sociales por excelencia. El hombre jamás bajó del árbol; continuamos con nuestra estructura social primate. Y yo, veo; y yo, siento; y yo; niego. Yo solo quiero que se detenga. No más. Odio ser como soy, odio mirar, odio ser conciente, odio el mundo por necesitarme como espectador de lujo.
¡Alguien debe detenerlo! ¡Deténganlo!
“Ariadna, no lo vas a creer. El minotauro apenas se defendió”