La sala se encuentra vacía, totalmente y el
silencio es casi completo desgarrado levemente por los bostezos de la calle. A
la distancia puedo escuchar una suave y delicada lluvia caer sobre la somnolienta
ciudad. Debe ser tarde, seguramente la madrugada; lamento no tener acceso a una
ventana o a un reloj. Estos lujos se encuentran para la sala central o la sala
norte refaccionada antiguamente, pero para el sur siempre lo peor. Después de
todo no somos la gran cosa, el siglo 15 no parece haber estado agraciado con la
presencia de las gente y el dinero es gente o viceversa. No importa realmente
cuando te mantienes suspendido por un grueso clavo desde uso de la razón
siempre atento a la misma sonrisa cristalina y silenciosa de mi amada. Ella
mantiene mi corazón tranquilo solo con su tersa mirada.
A estas alturas debe estar por demás
confundido, sin embargo es fácil retirarlo de su completo estado de estupidez.
Soy un cuadro y tengo conciencia de mi propia existencia. Mi nombre es Arnuald
o así prefiero que me llamen. Lamentablemente mi creador no tuvo la decencia de
informar mi naturaleza, no pude conocerle. Mi primer recuerdo es aquí, durante
una fría noche de un supuesto invierno. Si, lamentablemente, puedo sentir
calor, frio y soledad. Sin embargo las noches son mucho más tranquilas desde la
llegada de ella. Pero no me adelantaré a los hechos.
Esa noche, supongo, era como cualquier otra
para el cuadro antes de ser yo. Mi primer recuerdo es borroso, sentí una molestia
en el brazo derecho; seguramente por mantener una postura tan rígida durante
casi seis siglos. Entonces como cualquier persona normal, moví mi brazo. Sin
más, un impulso. Me sorprendí, y decidí llamar a eso que movía brazo. Sentí
algo en la punta, terminaba en cinco cosas que al parecer se agitaban dándome
la bienvenida al mundo consiente; las llamé dedos y al conjunto que formaban
mano. Cuando se dan estas cosas, al parecer, la conciencia no guarda el
sentimiento de sorpresa; al contrario. Estaba sumido en un completo estado e
emoción, todo lo nuevo emociona a la gente o en su defecto a Arnuald. Continué
llamando a todas las cosas que veía por su nombre. El recuadro frente a mi,
cuadro; la tela sobre mi cuerpo, ropa; la cosa arriba que podía mirar con
pelos, cabeza. El pintor retrató a un joven en su estudio, nada pomposo y de
mediana edad. Nunca tuve acceso a un espejo pero un par de colegialas
determinaron que no era muy feo en una charla frente a mi. Un grupo de niñas
con hormonas en estado de ebullición no es un juez justo, pero no sentí
mentiras en sus palabras y prefiero una verdad buena antes que una mala.
Cuando el museo abrió descubrí, para mi
sorpresa, el exterior. Ellos pueden verme como yo puedo verlos, pero entenderán
que no me ven mover. Claramente si piensa que eso funciona no presta atención a
las noticias de los diarios y creo que es una persona saludable. Un cuadro
capaz de moverse o hablar sería algo que tomaría por sorpresa a la humanidad.
Estoy seguro que si supieran de mi existencia no dudarían en prenderme fuego.
Como verá, soy un pesimista empedernido. Cuando se pasan tantos días en
completa soledad encerrado en la misma habitación sin nada más que la propia
existencia y pensamientos comienzan la tormenta de dolor. Pero en los primeros
días todo era nuevo, todo era bueno y me mantenía positivo.
Los primeros días fueron hermosos, las
personas pasaban y se paraban. Ancianos de pobladas cejas, un joven de mirada
perdida, un grupo de orientales con cámaras y otros. Intenté comunicarme con
ellos, pero rápidamente perdí el interese. Me centré en mi propia existencia y
determine llamar al exterior, exterior. Comprendí de inmediato que era un
cuadro, también que no debería tener conciencia o pensar. Inmediatamente comprendí
que esa existencia de pensamientos determinaba mi propia existencia. Sin
embargo el suspiro de la vida debía provenir de algún ser superior.
Inmediatamente me descubrí enfadado. No podía entender como alguien podía
obligar a otro ser permanecer cerrado, aislado, consiente y con acceso a un
mundo de posibilidades frente a él. Era demasiado tortuoso, mostrar pero
impedir tocar. Ser el paciente y tranquilo observador de un mundo mucho mas
completo mientras la soledad confina y encierra al corazón en sombras. Inmediatamente
sentí lo que llamé en ese momento por ira. Un odio recorrió mi espalda para
recaer sobre mi puño y descargarse sobre un jarrón sobre un aparador. Para mi sorpresa,
no se rompió, al caer volvió a existir. La distancia entre la sorpresa y el
medio es poco.
Una idea se pronunció, inmortalidad. Me descubrí
tratando de destruir todo. Nada se rompía, todo permanecía estoico. Mi
interacción con mi mundo se encontraba más limitada. Me senté por horas,
deseando poder salir. Hablé a la entidad pidiendo la posibilidad de salir o
dejar de existir; sin embargo nada sucedió. Comencé a desear y soñar un día
poder escapar de mi prisión, pero nada sucedió. También fantasee con mi propia
muerte, pero le tengo miedo a la posibilidad de lograrlo. Es preferible ser
torturado eternamente a eternamente desaparecer en la nada.
Las ideas y vueltas de una mente encerrada lo llevan
a discurrir en los rincones más oscuros y determiné mantenerme observador. En
mi limitada posición no podía mirar mucho, pero durante el día contemplé a todos
y cada uno de los visitantes del museo. Mirándolos y escuchando sus charlas
descubrí mi locación. Me encuentro en el ala norte del museo de bellas arte
Albert Mouz en Maresh. Claramente durante muchísimo tiempo me encontré perdido
hasta que fue encontrado en el sótano de un anciano que al parecer era un
coleccionista que tuvo la suerte de encontrarme en un mercado de pulgas. El
autor de la obra era Albert Archer, con el titulo “Joven en el estudio”. La
obra estaba perdida desde siempre, se sabe que pertenece al autor por la firma
sin embargo no se sabe su nombre. Al parecer el autor era un borracho que
termino suicidándose por las deudas. Hasta mi “padre” decidió olvidarme, eso me
generó un poco de enojo, pero mi existencia sería una constante rebelión contra
mi historia.
Cuando la soledad comenzaba a arañar las
paredes de mi cordura llegó ella, la dama de blanco; mi dama.
Todo comenzó con un revuelo importante, un
grupo de gente con trajes se presentó pero de espaldas. Trabajaban en la pared
de blanco. Comenzaron a preparar todo, comprendí; colocarían otro cuadro. Me
sentía totalmente excitado, en el buen sentido de la palabra. Algo nuevo para
mirar siempre sería bueno, deseaba un paisaje hermoso pero la realidad supero a
mi tonta imaginación.
Unas horas de trabajo después del cierra del
museo y todos se fueron a sus casas, todo menos ella. Su belleza me cautivó,
amor a primera vista. Pelo negro como la noche, ojos verdes como la primavera,
una sonrisa leve invitando al sutil juego juvenil de la seducción y sus
rosagantes mejillas. Su Vida era mi vida, su respiración mi perdición; daría
todo por ella. Mi corazón deseaba escapar la prisión de mi lienzo para vivir
mil noches a su lado.
Apenas podía pensar, mis ideas se
tergiversaban y entrelazaban, una tormenta se desataba en mi interior. Los
sentimientos me confundían y sentía desfallecer. No podría aguantarlo más,
deseaba y desesperaba con la locura de todo un lupanar. Mis deseos solo fueron
eso, deseos aunque mi imaginación me regaló decenas de finales felices. Solo
son ilusiones, solo eran espejismo en el desierto de la desesperación. No hay
peor enfermedad para un soñador que la posibilidad de creer en la esperanza. En
mi estado, en mi propia perdición no existía esperanza. Tardé casi tres largos
años revolviendo en mi mente y entrañas hasta descubrir esto, no existe la
esperanza para aquellos alejados de la mano del señor.
Paso los días, sobreviviendo en mi estado.
Solo existo para ser el limitado observador. Contemplo sus ojos y me contento
con mis suspiros, conozco la verdad sobre mi existencia pero el mundo no conoce
mi sombra. Me castigo con mis propios pensamientos para descubrirme como el
único verdugo de mi albedrio. Reconozco mi culpabilidad ante el hecho de soñar
y me declaro culpable de ser.
Todo es en vano para mí. No existe esperanza
para el ser, la existencia no es suficiente justificativo.