15 de octubre de 2013

Arnuald


La sala se encuentra vacía, totalmente y el silencio es casi completo desgarrado levemente por los bostezos de la calle. A la distancia puedo escuchar una suave y delicada lluvia caer sobre la somnolienta ciudad. Debe ser tarde, seguramente la madrugada; lamento no tener acceso a una ventana o a un reloj. Estos lujos se encuentran para la sala central o la sala norte refaccionada antiguamente, pero para el sur siempre lo peor. Después de todo no somos la gran cosa, el siglo 15 no parece haber estado agraciado con la presencia de las gente y el dinero es gente o viceversa. No importa realmente cuando te mantienes suspendido por un grueso clavo desde uso de la razón siempre atento a la misma sonrisa cristalina y silenciosa de mi amada. Ella mantiene mi corazón tranquilo solo con su tersa mirada.

A estas alturas debe estar por demás confundido, sin embargo es fácil retirarlo de su completo estado de estupidez. Soy un cuadro y tengo conciencia de mi propia existencia. Mi nombre es Arnuald o así prefiero que me llamen. Lamentablemente mi creador no tuvo la decencia de informar mi naturaleza, no pude conocerle. Mi primer recuerdo es aquí, durante una fría noche de un supuesto invierno. Si, lamentablemente, puedo sentir calor, frio y soledad. Sin embargo las noches son mucho más tranquilas desde la llegada de ella. Pero no me adelantaré a los hechos.

Esa noche, supongo, era como cualquier otra para el cuadro antes de ser yo. Mi primer recuerdo es borroso, sentí una molestia en el brazo derecho; seguramente por mantener una postura tan rígida durante casi seis siglos. Entonces como cualquier persona normal, moví mi brazo. Sin más, un impulso. Me sorprendí, y decidí llamar a eso que movía brazo. Sentí algo en la punta, terminaba en cinco cosas que al parecer se agitaban dándome la bienvenida al mundo consiente; las llamé dedos y al conjunto que formaban mano. Cuando se dan estas cosas, al parecer, la conciencia no guarda el sentimiento de sorpresa; al contrario. Estaba sumido en un completo estado e emoción, todo lo nuevo emociona a la gente o en su defecto a Arnuald. Continué llamando a todas las cosas que veía por su nombre. El recuadro frente a mi, cuadro; la tela sobre mi cuerpo, ropa; la cosa arriba que podía mirar con pelos, cabeza. El pintor retrató a un joven en su estudio, nada pomposo y de mediana edad. Nunca tuve acceso a un espejo pero un par de colegialas determinaron que no era muy feo en una charla frente a mi. Un grupo de niñas con hormonas en estado de ebullición no es un juez justo, pero no sentí mentiras en sus palabras y prefiero una verdad buena antes que una mala.

Cuando el museo abrió descubrí, para mi sorpresa, el exterior. Ellos pueden verme como yo puedo verlos, pero entenderán que no me ven mover. Claramente si piensa que eso funciona no presta atención a las noticias de los diarios y creo que es una persona saludable. Un cuadro capaz de moverse o hablar sería algo que tomaría por sorpresa a la humanidad. Estoy seguro que si supieran de mi existencia no dudarían en prenderme fuego. Como verá, soy un pesimista empedernido. Cuando se pasan tantos días en completa soledad encerrado en la misma habitación sin nada más que la propia existencia y pensamientos comienzan la tormenta de dolor. Pero en los primeros días todo era nuevo, todo era bueno y me mantenía positivo.
Los primeros días fueron hermosos, las personas pasaban y se paraban. Ancianos de pobladas cejas, un joven de mirada perdida, un grupo de orientales con cámaras y otros. Intenté comunicarme con ellos, pero rápidamente perdí el interese. Me centré en mi propia existencia y determine llamar al exterior, exterior. Comprendí de inmediato que era un cuadro, también que no debería tener conciencia o pensar. Inmediatamente comprendí que esa existencia de pensamientos determinaba mi propia existencia. Sin embargo el suspiro de la vida debía provenir de algún ser superior. Inmediatamente me descubrí enfadado. No podía entender como alguien podía obligar a otro ser permanecer cerrado, aislado, consiente y con acceso a un mundo de posibilidades frente a él. Era demasiado tortuoso, mostrar pero impedir tocar. Ser el paciente y tranquilo observador de un mundo mucho mas completo mientras la soledad confina y encierra al corazón en sombras. Inmediatamente sentí lo que llamé en ese momento por ira. Un odio recorrió mi espalda para recaer sobre mi puño y descargarse sobre un jarrón sobre un aparador. Para mi sorpresa, no se rompió, al caer volvió a existir. La distancia entre la sorpresa y el medio es poco.

Una idea se pronunció, inmortalidad. Me descubrí tratando de destruir todo. Nada se rompía, todo permanecía estoico. Mi interacción con mi mundo se encontraba más limitada. Me senté por horas, deseando poder salir. Hablé a la entidad pidiendo la posibilidad de salir o dejar de existir; sin embargo nada sucedió. Comencé a desear y soñar un día poder escapar de mi prisión, pero nada sucedió. También fantasee con mi propia muerte, pero le tengo miedo a la posibilidad de lograrlo. Es preferible ser torturado eternamente a eternamente desaparecer en la nada.

Las ideas y vueltas de una mente encerrada lo llevan a discurrir en los rincones más oscuros y determiné mantenerme observador. En mi limitada posición no podía mirar mucho, pero durante el día contemplé a todos y cada uno de los visitantes del museo. Mirándolos y escuchando sus charlas descubrí mi locación. Me encuentro en el ala norte del museo de bellas arte Albert Mouz en Maresh. Claramente durante muchísimo tiempo me encontré perdido hasta que fue encontrado en el sótano de un anciano que al parecer era un coleccionista que tuvo la suerte de encontrarme en un mercado de pulgas. El autor de la obra era Albert Archer, con el titulo “Joven en el estudio”. La obra estaba perdida desde siempre, se sabe que pertenece al autor por la firma sin embargo no se sabe su nombre. Al parecer el autor era un borracho que termino suicidándose por las deudas. Hasta mi “padre” decidió olvidarme, eso me generó un poco de enojo, pero mi existencia sería una constante rebelión contra mi historia.

Cuando la soledad comenzaba a arañar las paredes de mi cordura llegó ella, la dama de blanco; mi dama.
Todo comenzó con un revuelo importante, un grupo de gente con trajes se presentó pero de espaldas. Trabajaban en la pared de blanco. Comenzaron a preparar todo, comprendí; colocarían otro cuadro. Me sentía totalmente excitado, en el buen sentido de la palabra. Algo nuevo para mirar siempre sería bueno, deseaba un paisaje hermoso pero la realidad supero a mi tonta imaginación.
Unas horas de trabajo después del cierra del museo y todos se fueron a sus casas, todo menos ella. Su belleza me cautivó, amor a primera vista. Pelo negro como la noche, ojos verdes como la primavera, una sonrisa leve invitando al sutil juego juvenil de la seducción y sus rosagantes mejillas. Su Vida era mi vida, su respiración mi perdición; daría todo por ella. Mi corazón deseaba escapar la prisión de mi lienzo para vivir mil noches a su lado.

Apenas podía pensar, mis ideas se tergiversaban y entrelazaban, una tormenta se desataba en mi interior. Los sentimientos me confundían y sentía desfallecer. No podría aguantarlo más, deseaba y desesperaba con la locura de todo un lupanar. Mis deseos solo fueron eso, deseos aunque mi imaginación me regaló decenas de finales felices. Solo son ilusiones, solo eran espejismo en el desierto de la desesperación. No hay peor enfermedad para un soñador que la posibilidad de creer en la esperanza. En mi estado, en mi propia perdición no existía esperanza. Tardé casi tres largos años revolviendo en mi mente y entrañas hasta descubrir esto, no existe la esperanza para aquellos alejados de la mano del señor.

Paso los días, sobreviviendo en mi estado. Solo existo para ser el limitado observador. Contemplo sus ojos y me contento con mis suspiros, conozco la verdad sobre mi existencia pero el mundo no conoce mi sombra. Me castigo con mis propios pensamientos para descubrirme como el único verdugo de mi albedrio. Reconozco mi culpabilidad ante el hecho de soñar y me declaro culpable de ser.


Todo es en vano para mí. No existe esperanza para el ser, la existencia no es suficiente justificativo.