19 de junio de 2015

Visita al médico

-Mire doctor. El problema no soy yo lo tiene mi vecino- dijo consternada Claudia con la mejor cara de preocupación que sus capacidades histriónicas le permitieron conjurar.

El consultorio era como todo consultorio, la idea del consultorio. Se podría decir que esa pequeña habitación, con la camilla negra, su balanza, los cuadritos de letras imposibles de leer y la biblioteca de libros gordos; era un espacio arrancado del consciente colectivo. Si todas las mentes de los humanos pensaran en un consultorio médico sería esa habitación. Como cereza estaba la secretaria huraña con lentes de culo de botella y mirada de búho en la sala de espera totalmente obnubilada en una novela romantica, “Pasiones de arrabal”; la portada insinuaba su contenido. Una morocha de labios rojos, se arrojaba suplicante al pecho de un tanguero típico con mezcla de Delfino y De Caro.

-No entiendo por que vino a la consulta- dijo el médico sorprendido mientras intentaba leer en el rostro de la rubia oxigenada sus intenciones. El Dr. Mendizabal pensaba “Debería derivarla a un psiquiatra, pero no creo que la Dra. Medina acepte locas de remate. A ella le da mejor las cosas que no están para la eutanasia.”

-Le dije doctor, no puedo dormir por la noches porque el vecino hace mucho ruido. No es el vecino lo que me despierta, es el ruido de su cama que amerita un descanso. Consiguió una novia nueva, una cualquiera de esas que seguramente son de bajos recursos; se le ve en la piel. No es que esté diciendo algo malo, no crea que soy xenófoba; después de todo la señora que me viene a limpiar, creo que se llama Hernestina o Ruperta, es de bajo recursos y yo la quiero mucho; la tengo desde que era chiquita. Hasta podría decir que es de la familia. Pompón, mi caniche blanco, la quiere muchísimo y puedo confiar en su juicio, a él no le gusta la gente mal.

El Dr. Mendizabal se atusó el bigote y acomodó los lentes.

-¿Que quiere que- el doctor no terminó la frase porque no sabía qué decir y por la vieja le corto la inspiración.

-Necesito dormir, es muy importante para una persona como yo. Tengo muchos años, a mis setenta y seis años; el descanso es importante, casi fundamental. Desde hace dos días no pego un ojo. Si estuviera vivo mi Juan Carlos, él se ocuparía. Subiría al piso de arriba, golpearía las puertas y lo agarra de la solapa a ese relajado que tengo por vecino. Todo estaría resuelto. Lo peor de todo, es que se ríen a cualquier hora; como si fuera una fiesta. No tienen respeto por los vecinos. Traté de hablar con el consorcio, pero no hacen nada. Estoy acá para que me pueda ayudar. Ayúdeme doctor, después de todo usted hizo ese juramento Hipólito del que tanto hablan.

El Dr. Mendizabal se imaginó a hipólito yrigoyen tomándole parado firme, con la constitución en la mano y el con su derecha sobre el libro mientras decía: “Que se rompa pero que no se doble”. Todos somos humanos, los doctores (aveces) tambien y no puedo contener una pequeña risa.

Claudia, al ver que su diplomacia le fallaba buscó en su cartera una vieja receta. La desdobló con sumo cuidado y la puso en el escritorio frente al doctor. Mendizabal, agarró el papel como un borracho agarra una botella después de meses sobrio. Suplicaba una salvación, una luz al final del túnel o el final de su purgatorio. No puedo lamentar su situación peor, dejó caer sus hombros, dejó la vieja receta sobre la mesa. Con sumo cuidado se sacó los lentes y comenzó a limpiarlos con el guardapolvos. Este pequeño ritual iba acompañado de una cuenta regresiva.

-No voy hacer la receta- rompió el silencio el Dr. Mendizabal.
-Doctor, es imperioso que pueda dormir bien. Soy sola y se acerca el cumpleaños de quince de Rebeca. Tengo que estar presentable, sobre todo porque va a estar mi nuera mirando a todos desde arriba; ella es de Olivos y mi Martincito es de Palermo. No puedo decepcionar, tengo obligaciones para la nena.

Mendizabal no había elegido ser médico para repartir drogas de viejas estiradas. Su vocación lo había elegido a él, sin pedirle permiso ni concesiones. La paciencia del doctor estaba tocando límite, extraños son los caminos por donde la ira de un pibe de barrio devenido a médico de “clase bien” podría llevar.

El doctor dejó los lentes sobre el escritorio, suspiró hondo y abrió el cajón a su derecha. Claudia se acomodó un mechón a su posición habitual, se frotó las manos mientras que sus ojos adquirían un brillo particular.

El doctor estiró su mano. Claudia en posición suplicante miraba al borde de un mar de lágrimas de alegría.

El Dr. Mendizabal dejó caer dos bolitas de algodón sobre el escritorio.

-Todas las noches. Una en cada oreja- dijo el doctor.

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