6 de agosto de 2014

Entrar afuera

El reloj marcaba las tres y media, pero en realidad era más tarde. Timoteo siempre tuvo la mala costumbre de retrasar los relojes de la casa; decía que era “para ganar algo de tiempo”. Muchas veces las cosas que Timoteo decía o hacía no corresponden a lo que realmente hacía o decía. Algunos entendidos en la materia, dirían que es un disléxico de la acción; no es un pecado decir algo y hacer otra cosas. Al contrario de lo que piensa el consciente colectivo, es habitual caer en ese pequeño errorcillo. Sin embargo, Timoteo era un exaltado en la materia, un inventor de nuevos métodos, un genio en su género y un hombre fuera de serie.

Recuerdo esa extrañas vacaciones cuando lo conocí en las playas de Necochea. En esas épocas, era un joven de unos veintipico de años; la facultad me tenía a mal traer y mi cabeza parecía no conocer el norte. Ese verano, decidí viajar y relajarme; encontrarme nuevamente. En el fondo, estaba diciendo algo y esperaba otra cosa; en realidad lo que necesitaba era un nuevo par de piernas para olvidarme de Ernestina. La suerte, tanto mala o buena; me cruzó al orejon, narigón y extravagante Timoteo. Por extraño que parezca, no me arrepiento.

A fuego se grabó nuestro primer encuentro.

Caminaba por la playas enormes desoladas; no era un día para playa; en los quince días de mis vacaciones ni un solo día lo fue, frío y nublado, una mierda realmente. Cansado de perder tiempo sentado en la puerta de la carpa que le pedí prestada a mi hermano en un camping donde la guitarra de hippies no para de desentonar la misma canción sobre arañar piedras y una balsa de mierda; salí a caminar. Cuando uno está en un lugar turístico frente al mar, termina caminando frente al mar; es tonto no hacerlo pero también no preguntarse por qué no ir a otros lugares.

Mientras andaba, con frío; mojado por esa lluvia que no se decide si mojar o escupir encontré a Timoteto. Estaba sentado sobre la escollera, en un banquito con una caña de pescar y en malla. El joven parecía no entender el clima, sin embargo su cuerpo le mostraba la realidad; sus labio estaban morados, su piel como una gallina y tiritaba. La imagen me preocupó, temía que se tratara de un paciente de un nosocomio y sentí un poco de responsabilidad cívica. Obviamente, la primera idea fue salir y dejar al hombre morirse de frío, la hipotermia es cosa seria pero más serio es terminan complicando la vida sin necesidad; pero algo me dijo que me acercara.

-¿Qué estás haciendo?- dije mientras intentaba aproximarme saltando sobre las piedras mientras el mar embravecido embestía las rocas.

-Pesco- dijo Timoteto con total tranquilidad mientras sus dientes chirriaban.

-Pero el clima, el frío y... ¿Porque así vestido?

-Es verano, hace frío; acaso la gente cuando hace frio no se abriga. Pescar me aburre increíblemente, por eso decidí venir aquí. En realidad prefiero la cordillera al mar, pero después de todo me regalaron un pasaje a La Falda; sin embargo me gusta eso de andar de prestado; entonces me pagué un pasaje en tren a Necochea, caro sin necesidad, para encontrar un espacio tan hermoso como el mar que tanto odio. Mi tio se ahogó en el mar, lo quería mucho al desgraciado ese.

Esas fueron las primera palabras que compartí con él. A partir de allí fue todo cuesta abajo, ya sea por obligación moral o gusto terminamos amigos. Estoy totalmente seguro que él me odia con todas sus entrañas, pero no puede no considerarme su amigo.

Hay personas singulares y plurales, Timoteto es uno más del montón.

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