14 de agosto de 2014

Tertulias

Me desperté borracho y asustado, una mala combinación; todo daba vueltas, la cabeza dolía y mi boca estaba seca. Las resacas son espantosas, el cuerpo parece indigno de toda acción, los músculos duelen, respirar duele, punzadas, pérdida de fuerza. Siempre lo peor es la cabeza, los ruidos, más leves que sean, parecen estruendos de violencia descomunal. Todo hombre sobrevivió a una mañana de borrachera, es un rito habitual que se repite constantemente.

No habla muy bien de la humanidad repetir un ritual tan denigrante, sus miembros demuestran un completo desinterés por su supervivencia. Existen algunos dignos que son capaces de vivir largas vidas sin tocar el alcohol, pero difícil es para aquellos que viven en la sociedad. Es lamentable, la vida entre los hombres; la vida como un humano socialmente saludable nos obliga a intoxicarnos.

Abrazado al inodoro mientras mi cuerpo convulsionaba entre vómitos comprendí una verdad a medias. La noche anterior había desaparecido, no existía; no había nada, solo estática. Me senté en el frío suelo de cerámicos blancos del baño. Cerré mis ojos, hice fuerza; no había nada. Recordaba salir del trabajo el viernes por la noche, mi jefe había viajado a una convención de conchas en Mar del Plata, una reunión de ex compañeras; para hablar sobre ex maridos y pavonearse de éxitos; como despedida me dejó un proyecto sin terminar que debía entregar con suma urgencia. Obviamente, juntó polvo durante un mes en su escritorio y decidió solo darle una semana al mugriento pasante. El crédito es del rey, los peones se desangran en el campo de batalla.

Dormí poco, comí peor y el trabajo estaba terminado. Mi seguridad laboral se mantenía intacta, la agria arquitecta podría regodearse de laureles mientras yo podía pagar mi alquiler. El viernes fue un espacio para relajarse, sentía las cadenas libres; el celular sonó, era un mensaje de Polo. Habían pasado tres largas semanas sin tener noticias de mi único amigo, no soy de los que cuidan la amistad como un jardín; soy del estilo de baño público, solo visito cuando hay urgencias.

Polo es un personaje singular, desde el primario lo fue; hijo de madre soltera desarrolló durante la adolescencia una conciencia vegetariana, pacífica y hippona. Es de esos mugrientos que se pasan las tarde por los parques hablando de la importancia de los árboles y los pajaritos. Muy extraño que parezca, somos extremadamente diferentes; mi cuerpo es un templo de comida grasosa, café mugriento y con pocas horas de sueño. Nos conocimos como se conocen tantos, en primer grado la maestra nos sentó mujeres por un lado y hombres por el otro; en orden alfabético; Polettti, quien les habla; Polkosnik, el Polo. Nuestra maestra de primero, Hernestina, nos enseño cosas muy importantes; se puede trabajar en un trabajo odioso hasta cumplir los sesenta, que se puede usar dos culo de botellas como anteojos y que la amistad. Verán, en secreto nos reíamos de la vieja Hernestina; su quijada prominente, sos ojos pequeños detrás del cristal y su voz chillona. Entre chiste y chiste, descubrimos un campo en común entre Polo y yo; las bromas.

A partir de ese año, caminemos juntos; pasamos la primaria y durante la secundaria terminamos de afianzar el lazo. El tiempo es tiempo, yo me inscribí en la facultad de Arquitectura y el Polo siguió en sinuoso camino de la actuación. A partir de allí descubrimos las distancia y el silencio; trabajo y obligaciones nos fueron distanciando; también yo era el principal culpable, no tenía tiempo entre el trabajo y la facultad para el Polo que parecía ser un espíritu libre. Se podría decir, que perdíamos lentamente la amistad. De hablarnos todos los días pasamos a una vez por semana y después una vez por mes. Peor fue la época Azul del Polo, durante seis meses salió con una feminista demente teñida de Azul. Tuve un incidente que me gusta denominar, “Vagina Dentada”. Con el Polo habíamos quedado en ir a ver una película de cine z con monstruos de plástico y con su típica escena de “mujer gritando con pechos al aire”; lamentablemente Azul (no recuerdo su nombre real) se interpuso. La demente, era una entusiasta del arte y obligó al Polo a ir a una muestra en un museo. Para no dejarlo solo y como no nos veíamos hace tiempo los acompañe. La señorita ya me tenía idea, era vegetariana de esas que son pasivos agresivos con los no vegetarianos; durante todo el viaje del colectivo me explicó como funcionan las granjas de pollo mientras yo intentaba, para mis adentros, recordar la marcha peronista. Entre “los muchachos peronistas” y “viva perón” decía un “aja”; claramente sabía que no le prestaba atención y unas pequeñas llamas parecían emanar de sus ojos. Polo notaba la tensa situación, estaba demasiado prendado de la flaca y necesitaba mantener las aguas calmas; intentó por varios medios desviar la conversación pero Azul seguía insistiendo. La cosa se puso peor cuando llegamos a la muestra, era una mierda. Recuerdo estar parado frente a un cuadro titulado “Desesperación”; el muy patético del artista había pintado todo el puto lienzo de rojo. Era un gran cuadro rojo colgado en una muestra “importante” de arte; no pude contenerme y se me escapó un “El otro día tuve diarrea y me salió algo parecido; no me dió para colgarlo”. La broma no era mala, era del estilo guarro-chavacano post contemporánea que compartimos con el Polo; Azul se puso roja. Cuandos las mejillas de la vaina de pene del Polo comenzaron a cobrar color entendí el título de “Desesperación” y para empeorar a Polo se le escapó una risa. La cosa fue para peor, empezó a gritar y mover la boca; yo solo llegué a darle el pésame a mi amigo con una mirada e hice el internacionalmente gesto de “me voy a la mierda”. Después del incidente, no hablamos por los otros tres meses que duró la relación.

Sentado en el baño, busqué mi celular. No había fotos comprometedoras y la última llamada era al Polo a las dos de la mañana. No tenía sentido, habíamos quedado en el bar “Tertulias” que estaba a dos cuadras de mi trabajo; en Belgrano. Nada, estática. Llamé al Polo, tono de espera y no contestó. Consideré que si yo quedé arruinado también podía pasar una situación similar. Dejé pasar el pánico y decidí ver si me heladera todavía escondía algún tesoro. En la pecera el goldfish nadaba boca arriba, tenía que comprar uno nuevo.

Llegué a la cocina y abrí la heladera.

Y ahí estaba, contemplando; un pollo abierto, crudo, sin piel, con sus patas abiertas. Los recuerdos volvieron como un torrente, la conchuda de mi jefa en una cama de hotel, simil posición; arrugada y esperándome.

El celular vibró, un mensaje; “Perdón que no pude ir, me reconcilié con Federica”. Azúl se llamaba Federica, más recuerdos.

Mis ojos desorbitados buscaban donde agarrarse, todo daba vueltas. El celular volvió a vibrar; “La pase muy bien ayer ¿Tenes algo para hacer hoy?”, el contacto decía “Jefa”. Todo volvió, esperé al Polo; era tarde y estaba sentado solo en mesa del bar, había pedido un par de cervezas de más, después pasé a la artillería pesada, vodka. Sabía que era demasiado, pero la vista era mala, desde mi mesa se veían parejas. Me sentí solo, pedí otras copas más; pedí mi némesis, tequila. Desprotegido, débil y mal herido; me encontró mi jefa. Me contó que tuvo que volver antes porque no toleraba ver a los ojos a su mejor amiga y recordar que la había engañado con su marido. No aguantó más, no quería volver a la casa a simular y decidió pasar por la oficina, pero sentía sola y con ganas de tomar algo para ahogar las penas. A partir de ahi todo salió mal, la soledad no se mezcla con alcohol; demasiado explosivo. Me arrastró a un hotel cercano; mil lágrimas surcaron mi rostro.

“El olvido es una bendición para los hombres” dije con dolor en el alma.
“¿Cómo mierda salgo de esta?” le pregunté al Goldfish.

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