30 de junio de 2014

Una lluvia

Alberto y Simón caminaban la calle angosta en una ciudad dormida. Solo escuchaban sus rítmicas pisadas sobre el empedrado, contemplaban las tenues estrellas y las luces de la ciudad los cubrían con una ligera calidez.

-Hermosa noche de primavera, la tormenta limpió la ciudad- dijo Simón sin querer decirlo.

Tenía por costumbre hablar sin querer hablar, sentía como las palabras peleaban en su cabeza y, en algunas ocasiones, escapaban a la protección de su conciencia. Lamentaba esta suerte, un vicio que no podía controlar; durante su infancia y gran parte de su adolescencia siempre le trajo problemas. El pobre de Simón siempre  fue conocido en el barrio como “el raro”, no le gustaba para nada pero no hay nada peor que la maldad de los niños. Ese título, ganado a mala gana por pensar y hablar lo que pensaba, lo recluyó al anonimato eterno. Nadie le hablaba, nadie se acercaba al raro. Lo confinaron a un estrecho espacio, el homicidio social le marcó un camino.

En ese lugar tan oscuro, terminó encontrando un amigo; otro paria de la sociedad preestablecida; Alberto. Lamentablemente tampoco era culpable, mucho menos que Simón; no era raro para nada, pero tenía un legado que su padre alcohólico le brindó. En el barrio hablaban de su familia; hablaban mal y con desdén. Su padre, para la mala suerte era un hombre amargado de la vida, negado a la felicidad; bebía por el temor de vivir. En sus ojos, solo moraba la tristeza más profunda, mirada que Alberto aprendió a imitar. Desde siempre, Alberto fue un infeliz. Simón sabía a la perfección la historias y los hechos, pero los amigos, por mas buenos que sean, no hablan de algunas cosas; no por temor, sino por respeto y sobre todas las cosas por que no es necesario. Hay cosas que no se pronuncian en palabras, solo se dicen en el silencio. Simón no sentía lastima por Alberto, al contrario; tenia un respeto y admiración únicos.  Alberto era un hombre fuerte, en espíritu y corazón; madera de héroe y sacrificado. Su mirada contemplaba el mundo con sagacidad y violencia, pero su niñez, su padre le marcó el rostro con un gesto de eterno dolor. Nadie merece un padre como el de Alberto, pero tampoco se puede negar a un padre.

-Una lluvia calló en la cuidad para limpiar todos sus pecados, los hombre de mal contemplaron los cielos pidiendo clemencia; pero la justicia llegó esa noche. Nadie puede detener la marcha inquebrantable del destino, los hechos repercutieron en el infinito lienzo de la realidad para despertar de las más profundas cuevas a los adormilados portadores del futuro. Esa noche fue el comienzo de un nuevo comienzo, un amanecer luminoso después de la más oscura de la noches
Simón no sabía que sus labios se movían, no podía remediarlo y tampoco llegaba a escucharse. Solo en el silencio de la ciudad, se liberó aquel que tiempo dormía encerrado por la cadenas de lo socialmente aceptado.

Alberto se detuvo y miró a los ojos de Simón. Al perder el ritmo, al perderse el taconeo rítmico de la marcha, Simón se despertó de su ensoñación.

-¿Pasa algo?- dijo Simón extrañado. Todavía falta un trecho para llegar a lo del Tuerto, y estamos llegando tarde.

-“Una lluvia calló en la ciudad…”- dijo Alberto repitiendo las palabras.
Simón se sintió estúpido, no podía creer que no se controló; por suerte solo estaba con Alberto que no tenía problemas de su condición. Sin embargo para poder sobrevivir entre los mundanos, es necesario parecer ordinario. Nada debe estar fuera de la media, todo lo distinto es malo y el mundo piensa en absolutos; blanco o negro. En otras épocas lo habrían quemado en la hoguera por brujo; pero la civilización le permite sobrevivir con un estigma, nada más.

-Lo siento- pidió perdón simón y miró el suelo consternado

-Que se cague el mundo y todos nos vamos a la mierda. No pidas perdón por ser cuando el mundo es tal como es. Claramente estamos mal por que la gran mayoría es mala. La gente mira al espejo y se relame al verse. Se masturban mirándose fijamente en su reflejo. Vivimos persiguiendo la moneda, una puta limosna y nada más. La televisión, los diarios y la radio nos dicen que pensar y como pensar. Pero si se da la situación de alguien extraordinario, fuera de la media es crucificado en la plaza del pueblo. Me cago en lo normal y común, me cago en el daño que hacen los otros para poder no sentirse inferiores. Lo único bueno es que se condenan ellos mismos a la mediocridad y me relamo al pensar que morirán mediocres. Pero no voy a permitir que pidas perdón por ser. No bajes la cabeza, el mundo es una mierda por que la gran mayoría es una mierda. Si todos son lo normal, me cago; no quiero ser normal por que todo esta mal.

El silencio los engulló, simplemente compartieron una mirada. Continuaron caminando, no se dijo más; solo caminaron hasta lo del tuerto.


Fue una noche normal, otra madrugada más; común y corriente.

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