Alberto y Simón caminaban la calle angosta en
una ciudad dormida. Solo escuchaban sus rítmicas pisadas sobre el empedrado,
contemplaban las tenues estrellas y las luces de la ciudad los cubrían con una
ligera calidez.
-Hermosa noche de primavera, la tormenta
limpió la ciudad- dijo Simón sin querer decirlo.
Tenía por costumbre hablar sin querer hablar,
sentía como las palabras peleaban en su cabeza y, en algunas ocasiones,
escapaban a la protección de su conciencia. Lamentaba esta suerte, un vicio que
no podía controlar; durante su infancia y gran parte de su adolescencia siempre
le trajo problemas. El pobre de Simón siempre
fue conocido en el barrio como “el raro”, no le gustaba para nada pero
no hay nada peor que la maldad de los niños. Ese título, ganado a mala gana por
pensar y hablar lo que pensaba, lo recluyó al anonimato eterno. Nadie le
hablaba, nadie se acercaba al raro. Lo confinaron a un estrecho espacio, el
homicidio social le marcó un camino.
En ese lugar tan oscuro, terminó encontrando
un amigo; otro paria de la sociedad preestablecida; Alberto. Lamentablemente
tampoco era culpable, mucho menos que Simón; no era raro para nada, pero tenía
un legado que su padre alcohólico le brindó. En el barrio hablaban de su
familia; hablaban mal y con desdén. Su padre, para la mala suerte era un hombre
amargado de la vida, negado a la felicidad; bebía por el temor de vivir. En sus
ojos, solo moraba la tristeza más profunda, mirada que Alberto aprendió a
imitar. Desde siempre, Alberto fue un infeliz. Simón sabía a la perfección la
historias y los hechos, pero los amigos, por mas buenos que sean, no hablan de
algunas cosas; no por temor, sino por respeto y sobre todas las cosas por que
no es necesario. Hay cosas que no se pronuncian en palabras, solo se dicen en
el silencio. Simón no sentía lastima por Alberto, al contrario; tenia un
respeto y admiración únicos. Alberto era
un hombre fuerte, en espíritu y corazón; madera de héroe y sacrificado. Su
mirada contemplaba el mundo con sagacidad y violencia, pero su niñez, su padre
le marcó el rostro con un gesto de eterno dolor. Nadie merece un padre como el
de Alberto, pero tampoco se puede negar a un padre.
-Una lluvia calló en la cuidad para limpiar
todos sus pecados, los hombre de mal contemplaron los cielos pidiendo
clemencia; pero la justicia llegó esa noche. Nadie puede detener la marcha
inquebrantable del destino, los hechos repercutieron en el infinito lienzo de
la realidad para despertar de las más profundas cuevas a los adormilados
portadores del futuro. Esa noche fue el comienzo de un nuevo comienzo, un
amanecer luminoso después de la más oscura de la noches
Simón no sabía que sus labios se movían, no
podía remediarlo y tampoco llegaba a escucharse. Solo en el silencio de la
ciudad, se liberó aquel que tiempo dormía encerrado por la cadenas de lo
socialmente aceptado.
Alberto se detuvo y miró a los ojos de Simón.
Al perder el ritmo, al perderse el taconeo rítmico de la marcha, Simón se
despertó de su ensoñación.
-¿Pasa algo?- dijo Simón extrañado. Todavía
falta un trecho para llegar a lo del Tuerto, y estamos llegando tarde.
-“Una lluvia calló en la ciudad…”- dijo
Alberto repitiendo las palabras.
Simón se sintió estúpido, no podía creer que
no se controló; por suerte solo estaba con Alberto que no tenía problemas de su
condición. Sin embargo para poder sobrevivir entre los mundanos, es necesario
parecer ordinario. Nada debe estar fuera de la media, todo lo distinto es malo
y el mundo piensa en absolutos; blanco o negro. En otras épocas lo habrían
quemado en la hoguera por brujo; pero la civilización le permite sobrevivir con
un estigma, nada más.
-Lo siento- pidió perdón simón y miró el suelo
consternado
-Que se cague el mundo y todos nos vamos a la
mierda. No pidas perdón por ser cuando el mundo es tal como es. Claramente
estamos mal por que la gran mayoría es mala. La gente mira al espejo y se
relame al verse. Se masturban mirándose fijamente en su reflejo. Vivimos
persiguiendo la moneda, una puta limosna y nada más. La televisión, los diarios
y la radio nos dicen que pensar y como pensar. Pero si se da la situación de
alguien extraordinario, fuera de la media es crucificado en la plaza del
pueblo. Me cago en lo normal y común, me cago en el daño que hacen los otros
para poder no sentirse inferiores. Lo único bueno es que se condenan ellos
mismos a la mediocridad y me relamo al pensar que morirán mediocres. Pero no
voy a permitir que pidas perdón por ser. No bajes la cabeza, el mundo es una
mierda por que la gran mayoría es una mierda. Si todos son lo normal, me cago;
no quiero ser normal por que todo esta mal.
El silencio los engulló, simplemente
compartieron una mirada. Continuaron caminando, no se dijo más; solo caminaron
hasta lo del tuerto.
Fue una noche normal, otra madrugada más;
común y corriente.
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