13 de junio de 2014

Isla de los locos

La isla de los locos comenzó como todo, como todo lo importante e imprevisto del mundo; como un acto natural. Cuando la lluvia tocó el suelo, la primera vez, no fue un acto consciente. Cuando los ríos marcaron sus serpenteantes caminos, nadie les indicó como llegar al mar. Existe una fuerza singular y superior a todos los seres de la tierra, una mano invisible que juega sus piezas con macabra tranquilidad. Las hormigas no conocen la lupa hasta que las llamas las consumen.
La isla de los locos, un pequeño terrón de tierra frente a la ciudad de Adelbeiz nació por un acto de la naturaleza. Sin embargo no hablo de su naturaleza natural, de su surgimiento del mar; ese pedazo de tierra infertil de rocas puntiagudas y arbustos espinosos Solo las cabras poblaban esa pequeña figura que adornaba el horizonte de la costa de Adelbeiz. El mar calmado, tranquilo rodeaba la inhabitada isla.
Los hechos extraordinarios, como regla general, nacen de lo ordinario; como los vicios nacen de la vagancia y los vagos necesitan ser arrinconados por las preocupaciones para negar la existencia. 
Todo comenzó en una pequeña posada de techos bajos, baos a alcohol y pisos rancios aromatizados con cerveza. Tres borrachos, practicantes de la estricta religión de hablar sin saber y sobrios ocasionales discutían las nueva ley educacional. Sus voces alcanzaban las pesadas vigas de madera para repercutir en el suntuoso templo, sus voces repletas de sabiduría reverberaban arrojando sagacidad a todos los escuchas. Los hombres comunes, trabajadores y artesanos; se juntaban en torno a este vórtice de conocimiento para escuchar las profundas palabras de los tres grandes sabios. El pueblo detenía su corazón para hablar las habladurías, las palabras arrojadas a los vientos. 
Otras ciudades, mejor desarrolladas, más cultas y con otras costumbres escuchaban a doctores o grandes pensadores. El pueblo de Adelbeiz no tuvo suerte de nacer de cuna noble, eran un pueblo de pescadores torpes y toscos. El mar los arrojó a la costa expulsándolos y los aceptaba de rato en rato; mientras las tormentas no intentaban asesinarle. Los peces escondidos en el mar, al ser capturado por las redes sabían mal para pudrirse con rapidez. El calor era insoportable, convertía las calles en sudaderos nauseabundos. Todas y cada una de las costumbre de esta cultura colorida, eran y existían para desagradar al mundo y todo los mundos.
A los ojos de los extranjeros eran poca cosa, pero para ellos eran el pináculo mismo del desarrollo y el buen gusto. Y su baluarte más respetado era su religión; los tres borrachos. Su método de existencia era natural, siempre en el pueblo la "mano invisible" buscaba a los portadores de su sabiduría. Lentamente, un niño juvenil se convertía en un nauseabundo borrachos y siempre eran tres.
Volviendo al hecho, fue una tarde cuando uno de los borrachos discutía con su sombras mientras señalaba vehementemente una columna.
-La educación es importante. Todos pueden saberlo, hasta las vacas merecen educación antes de ser matadas. En el camino al matadero debe mostrarle un maso y ellas saben que deben hacer. Sin eso se pondrían locas y empezarían a pensar distinto. Los pensamientos dispares solo traen problemas, como cualquier persona derecha y humana le podría decir. Por eso, en nuestra sabiduría la ley es buena. A los niños debemos mostrarle el camino que deben seguir y como las vacas al matadero la naturaleza se ocupara de ellos.
-MI compañero borracho- dijo otro mientras intentaba dominar un eructo atronador- Nos, somos la vos y todos los hombre de nuestro noble pueblo fétido conocen la importancia de educar a sus hijos. Sin embargo discuto sobre el hecho de los tres golpes diarios. 
-Tres golpes esta bien- dijo seco. Todas la mañanas los niños deben ser despertados por sus padres por tres atronadoras bofetadas bien ubicadas, dos en la derecha por que queremos que sean bien hombres y dos en la izquierda por que necesitamos que sean bien inteligentes. Las dos primeras despiertan la obediencia y las dos segundas son para enderezar las ideas.
-Lo se y comparto su inteligencia intelectual. Sodal, su sagacidad lo es todo y su lógica innegable. Pero...
-¿Pero que? Dos y dos, tres en total. No más y no menos.
La gente sentada en torno asentía con fuerza arengada por la sagacidad del interlocutor. Estaban anonadados e intentaban seguir la charla sin perder detalles. Algún notario en un rincón, escribía las palabras para poder guardar en "El gran tomo del conocimiento" el torrente de sabiduría vomitado.
-Cinco. cuatro y dos- dijo el otro que intentaba entrar en razón.
-¿Cuatro y tres? Los necesitamos más derechos y más despiertos ¿Le parece bien?
-Si
-Que no se diga más, lo dicho es ley. Nosotros sin saber hablamos sin saber y decimos que los niños deben despertarse con cuatro bofetadas del lado izquierdo y tres del derecho.
El pueblo afirmó, sonrisas de alivio se dibujaron en algunos rostros. Sentían miedo que esta acalorada discusión entre los dos borrachos se tornara en una pelea de bar; cosa que por demás es desagradable. Siempre la posada estaba rebosada de gente y cien personas en una acalorada pelea requiere algunas costillas rotas. No le molestaba estos hechos que sucedían relativamente seguido, dos o tres veces por semanas, por que todo conocían la necesidad de la violencia para hacer entrar en razón a los otros. Entre idas y vueltas, entre palabras y palabras, entre leyes y leyes.
El tercer borracho permanecía en silencio hasta que se paró de golpe, con su espalda derecha, sus ojos mirando el cielo y como poseído gritó con fuerzas atronadoras.
-Debemos enviar a todos los locos a la isla. Toda persona será sometida a una prueba, su cabeza será medida, pesada y estudiada por nos; quien sea loco debe irse del pueblo y retirarse a la isla nadando.
La posada se calló, silencio de tumba. Todos saben de la inoculación divina, es cuando el gran dios se apodera de los hombres y los hacen decir cosas raras. Es cosa rara, no siempre mete mano la mano; pero cuando mete es por que necesita meter; como cuando uno tiene que rascarse por que le pica. Si pica, hay que rascarse; si hay que decirlo entonces uno de los borrachos es inoculado con la sabiendas del gran dios y entonces dice las cosas que deben hacerse. Como es algo tan serio, todos se ponen serio; y todos callados.
- Una regla y una balanza- continuó el borracho inoculado. Si tiene más de veinte centímetros a la isla; si pesa más que cinco kilos, a la isla. Esta loco.
Más silencio. Más nada de nada. No hay cosa más fea que una taberna callada, es como una viuda con sonrisa. Alguien dejó caer un vaso que estalló en el piso, se hizo mil pedazos. El estruendo despertó a todo de su letargo y los feligreses salieron como tromba a sus casas. Buscaron reglas, palitos con marcas, pesas, balanzas; hechos con las herramientas inundaron las calles. Golpeaban las puertas, pateaban las puertas, rompían los cerrojos y comenzaban con la divina tarea. A la fuerza, de prepo, median y pesaban. A los cuerdos los dejaban tranquilos; pero a los locos los arrojaban a las calles. A patadas los arrastraban a los mares y les gritaban que nadaran a la isla.
Tres días y tres noches, tres día y tres noches tardaron en lograr completar la tarea. Todos quedaron cansados, extenuados y sacando la lengua. Todos los que quedaron fueron la mitad y la otra mitad en Adelbeiz.
La naturaleza siguió su curso y nadie supo del pueblo de Adelbeiz; se borró de la tierra. Pero todos conocen la gloriosa ciudad de los locos, faro del conocimiento y padres del conocimiento. El resto es historia antigua, todos conocemos como los habitantes de la isla se asentaron y crecieron como cultura. Sus conocimientos abrieron el camino para la modernidad y el progreso.
La gloria de los pueblos modernos reinciden en la magnificencia de la isla de los locos.

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