Recuerdo el cielo, despejado con una nube. Todo azul, todo cielo y esa mancha blanca en el cielo inmaculado o casi. Estaba de espaldas a la tierra, negando la atracción de la tierra a mi cuerpo mientras intentaba, infructuosamente, elevarme. No había alas, no había medicamento o imaginación capaz de arrancarme de las entrañas terrenales. Hechos, días, horarios y demases cosas de relleno. Era todo un adulto tirado en un parque, con el cartel de "prohibido pisar el césped" como lápida. La comparación no era mala, me sentía morir o muerto o tal vez con ganas de probar la inmortalidad de la putrefacción.
Dos viejas miraban de reojo, eran las invitadas especiales de mi entierro; sin ser consciente de mi inconsciencia. Poco importa cuando los ojos penetrantes se clavaban en la carne, poco importa para la carne y poco importa para el espíritu si conoció la libertad. Yo la había conocido, pero me abandono. Seguramente me dejó por un tipo con más músculo, mejor pago y con más coherencia; seguramente un tachero peronista de Perón.
Y en ese cielo inmaculadamente aburrido una mancha blanca viajando sin sentido a ningún lugar; libre. Una lástima que mi cuerpo no podría evaporarse y llegar a sus brazos para descubrir la incoherencia de esperase abrazado por un poco de agua. Las ideas y vueltas de un corazón dolido llegan a doler más que el dolor de corazón. Sentía ganas de visitar un dentista y pedirle una extracción sin anestesia seguida de una penetración anal al ministro de economía de turno. En pocas palabras, estaba como el culo. En el sentido estricto del culo.
Todo parecía perderse, todo parecía desaparecer en la constante vida; un mes había pasado pero el calendario declaraba seis. Habían pasado tantos minutos en mi adormecida vida que el tiempo comprobó su relatividad. Al descubrirlo me encontré en el baño cagando en nombre de Albertito Einstein al grito pelado de "andate a la mierda".
En sus idas y vuelta la nube cobraba vida, cobraba forma; bailaba y se contorsionaba solo para mi. Estaba para todos, pero un filósofo contemporáneo dijo "los perros no miran el cielo"; no entendí nunca que quería decir pero suena importante parafrasear a los redondos, da peso a las palabras.
Un caniche le ladraba a su amo, un anarquista de tres o cuatro quilos chillaba como marrano a su nariz parada palermitana siloconada. Sus aullidos demandaban libertad de su bolsito donde solo podía sacar la cabeza, pero nació para ser el llavero de la "señora". Seguramente le costó varias agachadas llegar a tener un marido que le comprara un ejemplar digno de una exposición canina. Sin embargo el animal quería ser, otra cosa, quería ser un cazador primigenio en los albores de los tiempos persiguiendo un antílope por las heladas tundras. Sin embargo era un juguete de carne.
La nube, en el cielo; su metamorfosis se había terminado cuando volvía a mis sentidos. Era una verga enorme, una pija con bolas, un pene venudo.
"Ni el cielo esta de humor hoy"
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