9 de diciembre de 2010

La niña, el niño y el barrilete


Hay una historia donde dos niños de encuentran en un parque de juegos. Y es así, tal vez no me la acuerde muy bien; pero espero respetar los hechos.

              Ella miraba las estrellas, él miraba el suelo. En la plaza, donde los niños depuran fantasías; ella lo miró. No supo si era una estrella o una pelusa, pero lo miró. Él dejó de mirar el suelo; y así sus ojos se cruzaron. Los sueños son la materia prima del las fantasías, de los juegos, de la realidad; son barriletes.
              Ella le mostró un hermoso barrilete color coral, nacido de las entrañas de su mar. Él miró el cielo por primera vez, vio como las estrellas bailaba una melodía familiar. Ella cantaba la melodía, él trataba de seguirla. Él deseaba poder saberla mejor, ella lo hacía a la perfección. Sus ojos se perdían en los de ella, mientras como niños miraban el cielo, miraban el barrilete y sentían los vientos.
              Con una sonrisa retadora le entregó el barrilete al niño junto con unas palabras: “Hazlo volar”. El muchachito, perdido; no sabía como. Los vientos eran fuertes, la noche absolutamente inmensa; pero debía remontar su sueño, el sueño de ella. Lo intentó; torpemente, no lo logró. Lo volvió a intentar mientras la sonrisa de la niña continuaba acechándolo con ternura, como unas palmadas en la espalda lo empujaba a continuar. Al comienzo fue por obligación, después por necesidad y por último, por que lo deseaba. Sin darse cuenta, estaba mirando el cielo, la miraba a ella, miraba el barrilete intentando escalar los cielos borrascosos.
              Lo intentó, lo logró. Por un tiempo. Falló, calló. Cuando el cometa tocó el suelo, el rostro de la niña se contorsionó. El niño no miró el barrilete de coral tocar el suelo, prefirió no ver el choque con su mundo, con lo que conocía, prefirió mirar los ojos de ella y allí; vio dolor.
              Por un momento miró el suelo. Ella tomó gentilmente al barrilete del suelo, lo limpió y se lo entrego nuevamente con las palabras más dulces: “Hazlo volar. Aprende”.
              Sonrisa en el rostro y mirada clavada en los ojos de ella; así es como comenzó el segundo intento. Pero el pequeño no sabía, el pequeño era débil, el pequeño no entendía, el pequeño se esforzaba en querer pero no lograba.
              Remontó el sueño. El sueño se tambaleó. El sueño se peleaba con los vientos. El sueño se alejaba del suelo conocido por el pequeño para llegar a las estrellas. Pero el niño siempre falla e intenta lograrlo.
              Continúan allí. Remontando el barrilete, él continúa allí, ella también. Ella ve en el niño el cielo, y el niño ve en ella el cielo. Ambos, remontan ese barrilete. Fallan, y vuelven a intentarlo. Todo por alcanzar la estrella, todo por el sueño, todo por las dos estrellas terrenales.

              Ellos son soñadores en pos de su sueño, en pos de ese barrilete color coral nacido del mar del verde más profundo. Los niños se pelan, los niños gritan, los niños canturrean, los niños destinan sus ojos a los cielos. Los niños buscan alcanzar las estrellas con su pequeño barrilete y saben que pueden lograrlo, solo necesitan intentar. Intentar es lograr.

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