Miro el cielo, es blanco; mi habitación. No recuerdo haberme dormido. Despertar es lento y doloroso, la realidad puede lastima los vapores etéreos del mundo onírico. Manos invisibles retienen mi cuerpo, no quiero que me liberen de su calor pero sus fuerzas se pierden.
Busco un ancla, una piedra de toque; encuentro un viejo reloj. Sus agujas parecen no moverse, pero escucho los latidos del tiempo. Siento su pulso en mis venas y respiro hondo para perderme en su poderoso crepitar.
Cierro mis ojos, fuerte trato de volver. Tras sombras puedo describir un paisaje de purpura hierva en un hermoso atardecer verde; dulces olores bailan al compás del calmado cantar de las aves.
La imagen se toma distancia, se aleja; intento estirar mis manos para alcanzar la nada. En la realidad, mi mano intenta alcanzar un mundo imaginario; el cielo inalcanzable. No queda nada, solo mi puño cerrado.
El cuerpo repite una acción, me siento. Los pies tocan el suelo, nada podrá alejarme. Mis ojos se pierden en el paisaje que recuadra mi ventana, todavía parece ajeno pero personal. Un cielo gris, automóviles como hormigas y personas sin rostro deambulan.
"Bienvenido a la realidad" dijo una voz en mi espalda. La sorpresa me impulsó a girar.
Ella permanecía a mi realidad, recordé quien era. Yo era parte de ella y ella era parte de mi.
La realidad esta más que bien.
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