9 de abril de 2013

Lord Benjamin Rosefield


Mi nombre es Lord Benjamin Rosefield, Conde de Arex, Duque de Norigth y antiguo maestre de la Orden de Serein. Durante mis años de servicio al Dios Emperador Assarein I adquirí poder y demostré mi valor tanto en el campo de batalla como el diplomático. El emperador me nombró maestre de la Orden de Serin como respuesta a mis servicios en las defensas de las Costa Helada contra los Nolls y durante mis diez años bajo la espada refulgente de Serein serví al sumo pontífice; Arggon IX, mano derecha del Emperador, para resolver las dificultades económicas y políticas con las ciudades estados del Golfo de Rigerreti. Todos estos logros enorgullecían mi alma y brindaban honor a mi casa; una pequeña casa noble olvidada desde las épocas de los cuatro reyes. Mis ancestros le dieron la espalda al Emperador y se enfrentaron a él, una osadía; el Gran Serein lo había aceptado en su panteón y tenía a la Iglesia a su servicio. Mi abuelo cometió esa blasfemia arrastrándose a la ruina. Mi padre permaneció en las sombras y sirvió a sus deseos de devolver la gloria a la histórica casa noble de Rosefield. Sus intenciones fueron en vano, recordaban su sangre y su lealtad no era real. Eso lo llevó a tener que entregar a su hijo luego de la batalla de Aneis donde sus tierras fueron diezmadas por Lord Simon Merien, Conde de Serex, Duque de Lerien y Merien; mi tutor.

Todo queda en el pasado, ahora soy un paria un enemigo y traidor al imperio. Diez largos años pasaron y mantienen mi cuerpo prisionero en las húmedas mazmorras de la torre de Nessier. Hoy los días se confunden unos con otros en las sombras, no conozco la luz del sol y no respiro la agradable brisa del mar. El tiempo desdibuja todo, pero los recuerdos acechan en cada rincón. Solo con cerrar los ojos puedo recordar las bestias de carga de los Nolls cargando contra mi diezmado ejército o puedo ver la sonrisa agradable de Lady Meid o los lujoso pasillos de la ciudad imperial. Estas imágenes solo me torturan y perturban, al llegar a las entrañas de la torre negra recuerdo ser inocentes; pero el tiempo me hace dudar. El emperador no puede ser tan necio de castigar a un inocente, la sabiduría del gran Serin abriría sus ojos para mostrarle su error. Estoy encerrado por mis pecados y faltas, la falta de justicia es la marca de mi culpa. Solo espero que el poderoso y misericordioso Serin se apiade de mi lacerado cuerpo permitiendo llegar a la neblina y volver con mi amada Meid.

El tiempo no existe en las profundidades de mi celda, no existe ventana; no existe el cielo. Sin el sol, sin las estrellas, sin la luna todo se confunde en la sombras. Los días solo pueden ser contados por la visita de un plato de comida entregado a través de una pequeña abertura de la sólida puerta de madera. Mi único contacto con la humanidad, con la vida; son los latidos de mi corazón y una mano.

Durante tanto tiempo no veo mi propio reflejo que olvidé mi propio rostro. La locura debería haberme liberado, pero ni ella desea mi fétido cuerpo. Solo tengo mis doloridas articulaciones y los viejos fantasmas que asolan mi mente. La vida y la muerte no parece diferenciarse, solo existo en la inexistencia. Todo se parece, todo es igual. Vivir y morir, es igual en los confines del olvido.

Una pequeña vertiente, una fuente labrada en una de las paredes de roca mantiene mi sed. El sonido del agua me permite afirmar mi tranquilidad cuando el odio desea aferrarse. La comida es siempre poca y mala, el hambre retuerce mi vientre hasta convertirse en un punzante dolor y desvanecer en todo mi cuerpo como un rafaza de luz.

Sin embargo sueño con el día cuando mi cuerpo sea trasladado al exterior, cuando mi corazón deje de latir y el fétido olor de mi cuerpo alerte a los guardias sobre mi destino. Entonces, entrarán otros hombres a mi humilde morada para subir mis restos a la superficie y enterrarlo en la tierra. Pero durante poco tiempo, durante solo unos segundos mis ojos sin vida podrá contemplar el inmenso cielo y mi espíritu será libre en la niebla.

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