25 de abril de 2010

Cuatro caminos y ningún final












La calle estaba totalmente a oscuras y el paisaje era tenebroso. Parecía una situación de abandono, el empedrado mojado reflejaba la luz mientras esperaba en una esquina. El frío calaba los huesos, podía sentir como me doblaba la espina y me comía por dentro. Solo podía abrasarme, en búsqueda de mi propio calor. 
    Las horas habían pasado mientras me encontraba en esa penosa situación. Miré el reloj por última vez esperanzado que eso apresurara el tiempo, pero las manecillas parecían detenidas. Esperar es una posición lastimosa, llegar temprano demuestra una total falta de aprecio por los tiempos ajenos; pero peor aún es no presentarse. Pensaba seriamente en la posibilidad de retirarme rápidamente, de irme y abandonar esa encrucijada; pero algo parecía aferrar mis piernas. La decisión  había sido tomada, involuntariamente, mi cuerpo parecía no reaccionar, el frió había hecho su trabajo. Miré el cielo en busca de una ayuda superior, de una salvación aparente, solo las estrellas me saludaron con su brillo tenue. El mundo había olvidado el color, todo estaba teñido de un tono gris. 
    "Aunque esperemos durante toda la vida siempre nos alcanza la muerte, la vida solo es una ilusión entre inexistencia".
    Estas palabras llegaron, como un susurro distante. Busque para no encontrar a su dueño. No es habitual encontrarse con unas palabras abandonadas a su propia suerte, montadas sobre una brisa invernal. "La suerte cambia de mano en mano, el tiempo es solo una percepción olvidada". Como un eco con voluntad propia, las palabras volvieron, busqué desesperado. Estaba desierto, no había nadie, solo la noche, el frío, la calle y mi sombra. Mi curiosidad me obligó a moverme, camine en búsqueda de alguien, solo viento estival respondió mis preguntas. 
    El miedo se arraigo a mi corazón, cuando la noche cubre la tierra las sombras de nuestros peores demonios acechan dentro de nuestra conciencia. Aquello a lo que más le tememos toma forma durante la noche, pero el hombre no conoce la verdadera razón de sus temores. Somos niños temerosos, solo somos pequeños animales sumidos en nuestros miedos mas guturales; el terror de nuestros ancestros de las cavernas sigue viviendo entre las modernas calles de las ciudades. 
    Esperanzado de entregarle fuerzas al reloj lo mire fijamente, intente sacudirlo para percatarme de mi error, el tiempo realmente es relativo. Mis pies, se movían para recuperar el calor, no podía sacarme de mi cabeza esas palabras, el timbre de la voz, como olvidar una voz tan parecida a la propia pero tan distinta; portadora de una respuesta reveladora ajena a las constituciones posibles de mi psiquis. Estamos sumidos a nuestro propio desconcierto, somo solo una parcialidad del verdadero hombre que podríamos ser y vivimos en un laberinto de puertas. Cada decisión que tomamos en nuestra vidas puede llevarnos por caminos distintos, cambiar nuestras sombras, para poder entender esto deberíamos poder entender el verdadero funcionamiento del tiempo y dejar de verlo como si fuera solo un río. Yo solo golpe dos veces mi reloj, pero nada. 

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